Sociólogo y politólogo.  Profesor de la Universidad Autónoma de Madrid (2003/2022)

Cambios en las clases sociales

II Congreso: Trabajo, Economía y Sociedad

Crisis y desigualdad: Alternativas sindicales

Fundación 1 de Mayo, 22 y 23 de octubre de 2015

Comunicación para el Taller 3: Economía política de la igualdad

CAMBIOS EN LAS CLASES SOCIALES[i]

Antonio Antón

Departamento de Sociología - Universidad Autónoma de Madrid

antonio.anton@uam.es

Las clases y capas sociales, cuya existencia pareció superada en el discurso público en un cierto momento, reclaman hoy de nuevo su protagonismo (Subirats, 2012: 23).

Clase es una categoría ‘histórica’… La clase y la conciencia de clase son siempre las últimas, no las primeras, fases del proceso real histórico (Thompson, 1979: 37).

Introducción

Para definir a las clases sociales de forma completa hay que considerar sus condiciones ‘objetivas’ y su ‘conciencia social’: subjetividad, identidad, sentido de pertenencia colectiva. Comparativamente son cuestiones más fáciles de explicar. Pero, sobre todo, hay que explicar su ‘comportamiento’ o experiencia: práctica social y cultural, estilos de vida, participación en el conflicto social o pugna sociopolítica. El concepto clase social expresa una relación social, una diferenciación con otras clases sociales. Su conformación es histórica y cultural y se realiza a través del conflicto social.

En los últimos años se han producido grandes cambios en los tres planos. Los más evidentes en la precarización de las condiciones materiales y de derechos de la mayoría de la sociedad, la configuración de una conciencia de indignación cívica frente a la injusticia social y una nueva dinámica sociopolítica.

Se ha generado una polarización de amplios sectores populares con el poder económico, financiero y gubernamental. En la agenda sociopolítica ha reaparecido un amplio y prolongado conflicto social. Es distinto a los procesos de la etapa anterior. Es la suma y convergencia de movilizaciones y grupos sociales pero, sobre todo, es la superación de cierta fragmentación representativa y expresiva, con una mayor dimensión, duración y polarización sociopolítica. Se va configurando una identificación del adversario común, así como una conciencia emergente de un bloque social alternativo y democrático en defensa de la mayoría social que padece el paro masivo, la austeridad y los recortes sociolaborales y de derechos, con una gestión política regresiva de la crisis socioeconómica. Son aspectos que aparecen como blanco de las movilizaciones y la contienda política de estos años y la deslegitimación del poder financiero e institucional, incluido el europeo. Es una dinámica social con importante impacto político-electoral que apunta a un cambio institucional significativo.

Se reconfiguran las clases sociales en su dimensión de actores y vuelven al espacio público agentes sociales con una dinámica de empoderamiento ciudadano frente a los poderosos. Se reafirma una cultura cívica de justicia social, se conforman nuevos y renovados sujetos colectivos con fuerte impacto sociopolítico, con un laborioso proceso, lleno de altibajos y vacilaciones, de conformación de una representación social, unitaria y arraigada en un amplio y diverso tejido asociativo, incluido el movimiento sindical. Todo ello ha cristalizado en el campo político, con el declive de la derecha, la emergencia de nuevas fuerzas alternativas y la conformación de nuevos gobiernos municipales y autonómicos de izquierda, así como la expectativa de un gobierno de progreso en España.

En esta investigación se exponen los cambios más significativos en este triple plano, de las condiciones objetivas de las distintas clases sociales, su conciencia social y su comportamiento sociopolítico.

1.                  Vuelven las clases y los sujetos sociales

Los sujetos sociales nunca se habían ido; aparte del movimiento sindical, ampliamente representativo (ANTÓN, 2006a; 2011, y 2013), existía un extenso tejido asociativo, gran parte de carácter solidario. Las clases sociales tampoco se habían ido. Han sido una referencia clave para interpretar las sociedades desarrolladas en estas últimas décadas. La existencia de las clases medias siempre ha estado presente en el ámbito político y mediático.

No obstante, se habían difuminado, por un lado, los movimientos sociales y la existencia de las clases trabajadoras, con su fragmentación y pasividad, y por otro lado, la de las élites dominantes que aparecían, sobre todo, como la representación de la voluntad popular o las portadoras del interés general. Parecía que el sistema político-electoral era el cauce fundamental y casi exclusivo para expresar las demandas populares.

Sin embargo, desde hace ya varios años, asistimos a un cambio profundo del papel de los sujetos sociales y su impacto sociopolítico (desde el movimiento 15-M, las mareas ciudadanas o la Plataforma contra los desahucios, hasta el movimiento sindical, el feminista, el ecologista o el vecinal), con cierta disociación entre ciudadanía (indignada o crítica) y clase gobernante, gestora de la austeridad. Es necesaria una nueva interpretación para ver las dinámicas de fondo del cambio social y político.

Con la crisis económica y las políticas liberal-conservadoras de la élite gobernante, con el incumplimiento de sus compromisos democráticos y sociales, emerge nuevamente entre la opinión ciudadana la conciencia de la existencia de un grupo de poder, financiero e institucional, que practica una ofensiva regresiva. Se visualiza una clase dominante con un carácter oligárquico, antisocial y autoritario confrontada con los intereses y demandas de la mayoría de la sociedad.

A su vez, se ha generado un nuevo ciclo de la protesta social progresista, una nueva dinámica sociopolítica. Expresa la existencia de una corriente social indignada de carácter democrático. Una ciudadanía activa, basada en capas sociales descontentas y subordinadas, pugna contra la involución social y democrática. Tienen una base social popular, es decir, interclasista de clases medias y trabajadoras, incluyendo sectores precarios y desempleados.

Además, se ha producido una polarización con el poder económico, financiero y gubernamental. En la agenda sociopolítica ha reaparecido un amplio y prolongado conflicto social. Es distinto a los procesos de la etapa anterior. Es la suma y convergencia de movilizaciones y grupos sociales pero, sobre todo, es la superación de cierta fragmentación representativa y expresiva, con una mayor dimensión, duración y polarización sociopolítica. Se va configurando una identificación del adversario común, así como una conciencia emergente de un bloque social alternativo y democrático en defensa de la mayoría social que padece el paro masivo, la austeridad y los recortes sociolaborales y de derechos, con una gestión política regresiva. Son aspectos que aparecen como blanco de las movilizaciones y la deslegitimación del poder financiero e institucional, incluido el europeo.

Se reconfiguran las clases sociales en su dimensión de actores y vuelven al espacio público agentes sociales con una dinámica de empoderamiento ciudadano frente a los poderosos. Se reafirma una cultura cívica de justicia social, se conforman nuevos y renovados sujetos colectivos con fuerte impacto sociopolítico, con un laborioso proceso, lleno de altibajos y vacilaciones, de conformación de una representación social, unitaria y arraigada en un amplio tejido asociativo. En las elecciones europeas y, después, en las municipales y autonómicas, se ha confirmado la tendencia hacia una nueva recomposición del mapa político con el desgaste del bipartidismo, la debacle del PSOE, la irrupción del electorado indignado y el ascenso de Podemos y otras candidaturas populares y alternativas. Ha empezado a tener repercusión en el ámbito electoral, como se ha demostrado en las recientes elecciones municipales y autonómicas. La incógnita y la expectativa pública es en qué medida se va a expresar en las próximas elecciones generales, cómo se va a articular su representación política, hasta dónde va a influir en la renovación y reequilibrio entre las izquierdas y en el cambio político e institucional.

Como decíamos, para definir a las clases sociales de forma completa hay que considerar sus condiciones ‘objetivas’ y su ‘conciencia social’: subjetividad, identidad, sentido de pertenencia colectiva. Comparativamente son cuestiones más fáciles de explicar. Pero, sobre todo, hay que explicar su ‘comportamiento’ o experiencia: práctica social y cultural, estilos de vida, participación en el conflicto social o pugna sociopolítica. El concepto clase social expresa una relación social, una diferenciación con otras clases sociales. Su conformación es histórica y cultural y se realiza a través del conflicto social.

El concepto clase social es analítico, relacional e histórico. Existe una interacción y mediación entre posición socioeconómica y de poder, conciencia y conducta, aunque no mecánica o determinista en un sentido u otro. Aparte de otras variables y divisiones que aquí dejamos al margen. Además, utilizaremos distintas palabras (capas, segmentos, subclase, fracción de clase) para denominar categorías o tipos en que se agrupan individuos en partes significativas y diferenciadas en el interior de las clases o que las conforman, sin llegar a la fragmentación casuística. Así mismo, aludiremos a agrupamientos o bloques sociales por encima de las clases sociales; el principal, las llamadas ‘clases populares’ como suma de las clases trabajadoras y las clases medias (estancadas o descendentes).

2.      Límites de las teorías convencionales y esfuerzo interpretativo

Sintéticamente, se apuntan las principales insuficiencias de las teorías convencionales sobre las clases sociales y el enfoque aquí adoptado.

No es adecuada la visión atomista, individualista extrema e indiferenciada, de carácter liberal o postmoderno que, fundamentalmente, contempla a individuos aislados y diferentes entre sí, sin posiciones similares con otros individuos y sectores de la sociedad. Su representación es el círculo o la manzana. La visión funcionalista de la agregación de individuos, con la distribución en estratos continuos, tiene insuficiencias; su forma es la pirámide o la pera. Igualmente, es unilateral el idealismo, presente en enfoques ‘culturales’, con la sobrevaloración de la subjetividad y el voluntarismo de la ‘agencia’ y la infravaloración de la desigualdad socioeconómica y de poder o el peso de los factores estructurales, contextuales e históricos.

Me detengo en la crítica a la idea marxista más determinista o estructuralista, de amplia influencia en algunos sectores de la izquierda. No es adecuada la posición de la prioridad a la ‘propiedad’ (no la posesión y el control) de los medios de producción –la estructura económica- que explicaría la conciencia social y el comportamiento sociopolítico, así como la idea de la inevitabilidad histórica de la polarización social, la lucha de clases, y la hegemonía de la clase trabajadora. El error estructuralista es establecer una conexión necesaria entre ‘pertenencia objetiva’, ‘consciencia’ y ‘acción’. El enfoque marxista-hegeliano de ‘clase objetiva’ (en sí) y ‘clase subjetiva’ (para sí) tiene limitaciones. La clase trabajadora se forma como ‘sujeto’ al ‘practicar’ la defensa y la diferenciación de intereses, demandas, cultura, participación…, respecto de otras clases (el poder dominante). La situación objetiva, los intereses inmediatos, no determinan la conformación de la conciencia social (o de clase), las ‘demandas’, la acción colectiva y los sujetos. Es clave la mediación institucional-asociativa y la cultura ciudadana, democrática y de justicia social.

La clase trabajadora, a diferencia de la burguesía que controlaba ya muchos resortes de la economía en su lucha contra el Antiguo Régimen, no domina los medios de producción y distribución, ni tampoco el Estado. No puede apoyarse en el control económico que no tiene, sino en desplegar su capacidad de influencia como fuerza social, su hegemonía política en la sociedad como sujeto transformador. De ahí que su acción sociopolítica, cultural y democrática sea más decisiva. Además de ser consecuentemente partidaria de las libertades civiles y políticas y la democratización del sistema político, debe apuntar a una democracia social y económica más avanzada. Es ahí donde entra en conflicto abierto contra la desigualdad socioeconómica y los privilegios de las capas acomodadas que utilizan los resortes del poder político e institucional para defender la estructura social y económica desigual. La conformación de ese sujeto es fundamental, pero no nace mecánicamente de su situación material de explotación sino de la evolución relacional e histórica de sectores sociales subordinados que se indignan frente a las injusticias, participan en el conflicto social y desarrollan la democracia.

Por tanto, es imprescindible superar ese determinismo económico, dominante en el marxismo ortodoxo, así como el determinismo político-institucional o cultural de otras corrientes teóricas.

En consecuencia, es importante la mediación sociopolítica/institucional, el papel de los agentes y la cultura, con la función contradictoria de las normas, creencias y valores. Junto con el análisis de las condiciones materiales y subjetivas de la población, el aspecto principal es la interpretación, histórica y relacional, del comportamiento, la experiencia y los vínculos de colaboración y oposición de los distintos grupos o capas sociales, y su conexión con esas condiciones. Supone una reafirmación del sujeto individual, su capacidad autónoma y reflexiva, así como sus derechos individuales y colectivos; al mismo tiempo y de forma interrelacionada que se avanza en el empoderamiento de la ciudadanía, en la conformación de un sujeto social progresista. Y todo ello contando con la influencia de la situación material, las estructuras sociales, económicas y políticas y los contextos históricos y culturales.

Como referencias intelectuales, todas ellas desde una posición democrática y de izquierdas, se pueden citar dos autores: E. P. THOMPSON (1977; 1979, y 1995), historiador británico riguroso y de orientación marxista, pero heterodoxo y anti-determinista, pionero en la crítica al enfoque estructuralista, y A. TOURAINE (2005, y 2009), sociólogo francés, que revaloriza el papel del ‘sujeto’ y los derechos humanos universales, particularmente los ‘culturales’ para hacer frente, principalmente, al conflicto étnico; no obstante, hoy es insuficiente (sus textos están escritos antes del impacto de la crisis, la austeridad y la fuerte involución social y democrática) para analizar la importancia de la nueva cuestión social y la pugna sociopolítica y cultural por los derechos sociolaborales y democráticos. Podemos añadir otro investigador (junto con estudiosos afines) de los movimientos sociales y la contienda política, Ch. TILLY (2010; MCADAM ET AL., 1999; MCADAM ET AL., 2005) que, para explicar los conflictos sociales, pone el acento en la estructura de oportunidades políticas y los procesos culturales ‘enmarcadores’; sin embargo, para explicar la conformación e intensidad de las demandas progresistas y el carácter de los sujetos populares deja algo de lado un aspecto fundamental: las dimensiones y características de los agravios e injusticias padecidos y la experiencia popular de su gravedad, ligada a su cultura democrática y de justicia social. Por último, podemos citar los intentos de superación de la rigidez marxista (y weberiana) sobre las clases y sujetos sociales, haciendo alusión a los trabajos de E. O. WRITH (1994) y E. DEL RÍO (1986).

Por otro lado, también recogeremos algunos elementos empíricos de corte funcionalista, weberiano o de otras corrientes. Sobre estudios concretos respecto de la estratificación social, aparte del citado de la socióloga Marina SUBIRATS (2012), señalamos solamente cuatro, con distintos enfoques: dos ya clásicos en la sociología convencional estadounidense (KERBO, 2003, y LENSKI, 1969), y dos españoles de reconocido prestigio en este ámbito (REQUENA ET AL, 2013, y TEZANOS, 2002). No se trata de una mezcolanza ecléctica sino de construir un análisis riguroso, con fundamentación empírica, recoger algunos componentes valiosos de las distintas tradiciones teóricas y criticar y desechar las ideas más inadecuadas. Se trata de un esfuerzo analítico e interpretativo, asentado en un enfoque social y crítico.

Los factores principales de diferenciación socioeconómica y de poder son tres: 1) ingresos o rentas (jerarquía económica); 2) estatus profesional u ocupacional (dominio o control) y posición en la estructura de poder o autoridad (dominación / subordinación); 3) posición (propiedad o posesión / explotación) ante los medios de producción. Corresponde, básicamente, a las prioridades analíticas de las tres corrientes mencionadas: funcionalista, weberiana y marxista. Existen otros factores relacionales (sexo, origen…), estilo de vida y consumo, capacidad cultural, subjetividad... que solo aludiremos brevemente.

Para el análisis de los procesos sociopolíticos habrá que combinar: 1) la interpretación científica de la realidad; 2) la evaluación de las tendencias sociales, los sujetos colectivos y los escenarios sociopolíticos probables, y 3) las propuestas normativas de cambio social.

3.                  Clases sociales: características objetivas

Atendiendo a las características ‘objetivas’ de la población, a su diferenciación socioeconómica y de poder, existen tres grandes clases sociales: dominante, medias y trabajadoras. Sus contornos y características están sometidos a la selección de los datos de las diferentes fuentes y a distintas interpretaciones y marcos teóricos, tal como se ha explicado. En otra investigación más detallada (ANTÓN, 2014), exponemos, primero, la clasificación de los individuos de la población activa por su situación profesional, tipo de ocupación y nivel de rentas; segundo, el impacto de la crisis en la composición de las clases sociales; tercero, la distribución por sexo y otras variables; cuarto, un estudio global sobre las clases en Cataluña. Aquí solo vamos a exponer sintéticamente la composición global de la población activa, según el tipo de ocupación –o desempleo- y la evolución de las clases sociales en España durante la crisis (un análisis del periodo anterior se puede ver en ANTÓN, 2008, y otro específico sobre la precariedad laboral juvenil, en ANTÓN, 2006).

El elemento fundamental para un análisis de clase ‘objetiva’, partiendo de la relevancia de la situación ‘material’ en las relaciones económicas, es el de la posición de dominio, control o posesión respecto de los medios de producción (y distribución y reproducción) y la fuerza de trabajo, incluida la capacidad de decisión y gestión productiva y de los recursos humanos (y su relación con los educativos y familiares).

Esta idea de clase social, por sus condiciones ‘objetivas’, anclada también en el (neo)marxismo de influencia weberiana (WRIGHT, 1994), aborda mejor la realidad sustantiva de las posiciones de explotación y poder en las relaciones económicas y productivas. Es significativa la diferencia entre la posesión y el control efectivo y la situación derivada de la propiedad jurídica. Tenemos a altos ejecutivos (asalariados) cuya capacidad decisoria y de control de medios de producción es muy superior a la de muchos empresarios-propietarios de la pequeña y mediana empresa (e incluso a la de sus accionistas). Esas capas altas asalariadas, particularmente las vinculadas al sector financiero (capas ‘extractivas’), utilizan también su posición de control y poder de los instrumentos económicos, en un contexto institucional desregulador y permisivo, para apropiarse del valor creado por otras personas y empresas; son asalariados pero no están explotados sino que son explotadores. Pero, sobre todo, hay que considerar que del bloque de autónomos y similares, en torno al 70% (71,3% de los hombres y 69,1% de las mujeres) pertenecen a la clase trabajadora. Con un control relativo de sus medios de trabajo, una limitada autonomía y una dependencia mercantil y laboral vía subcontratación, este sector de autónomos (muchos son ‘falsos autónomos’) está más subordinado y dependiente que otras capas asalariadas, profesionales o gestores responsables de departamentos o áreas de negocio, con contrato laboral pero con gente asalariada (o autónomos) bajo su control, y que consideramos de clase media.

Por tanto, aquí la referencia principal para dividir a la población ocupada será esta posición sustantiva en la capacidad de dominio (o dependencia) de los medios de producción que, a su vez, tiene una vinculación con el grado de poder o autoridad efectivos y un impacto distributivo por la capacidad de apropiación y uso de los recursos económicos (el valor producido). Las dimensiones clave para este concepto de clase social, que definen la posición ‘objetiva’, son dos: las relaciones de apropiación, y las relaciones de dominación. El grado de explotación que tiene cada segmento de asalariados no viene determinado solo por la condición asalariada (frente al capital o los propietarios), sino por la posición jerárquica o de dominio y subordinación en el aparato productivo (y reproductivo), así como de su nivel retributivo o la parte del valor recibido por su fuerza de trabajo (o su capital y su poder).

Para su análisis utilizaremos los datos EPA sobre el tipo de ocupación (posición y capacidad real de control, autonomía o dependencia de cada tipo de empleo). Y solo aludimos a los resultados sobre la situación profesional formal o su tipo de contrato –laboral o mercantil- (asalariado, autónomo o empleador) o el nivel de ingresos, expuestos en la citada investigación. Estos datos sobre la posición ocupacional no dan una idea completa de esa situación sustantiva pero proporcionan los datos estadísticos más aproximados a este concepto. Además, hay un reconocimiento oficial de su validez y están vinculados con los criterios establecidos por la Encuesta socioeconómica europea (Eurostat), de influencia weberiana y centrada en la cualificación y la autoridad de cada empleo.

Así, junto a la típica ‘vieja’ clase media propietaria (pequeño burguesía en el lenguaje marxista), está la ‘nueva’ clase media asalariada –o autónoma- (técnicos, gestores y profesionales) con una posición superior, de control, autoridad e ingresos, a la de la clase trabajadora. A pesar de ser asalariados (y trabajadores) no forman parte de la misma, al tener una posición de menor subordinación, mayor dominio y capacidad decisoria y remuneraciones superiores a la media, aspectos que inciden en su estatus socioeconómico (capacidad adquisitiva, estilo de vida, ocio y consumo, trayectorias profesionales y expectativas vitales y culturales...).

En relación con el tipo de ocupación la EPA clasifica a la población ocupada en diez categorías, pero aquí se han agrupado en cuatro bloques, para resaltar las diferencias más significativas, considerando el nivel de cualificación y estatus del empleo y juntando los sectores industrial, de servicios y agrícola-ganadero. Así quedan: a) Directores y gerentes (tipo de ocupación 1); b) Técnicos y profesionales (2: Técnicos y profesionales científicos e intelectuales; 3: Técnicos; profesionales de apoyo); c) Trabajadores cualificados (4: Empleados contables, administrativos y otros empleados de oficina; 6: Trabajadores cualificados en el sector agrícola, ganadero, forestal y pesquero; 7: Artesanos y trabajadores cualificados de las industrias manufactureras y la construcción (excepto operadores de instalaciones y maquinaria), y d) Trabajadores poco cualificados -desde semicualificados hasta sin cualificar- (5: Trabajadores de los servicios de restauración, personales, protección y vendedores; 8: Operadores de instalaciones y maquinaria, y montadores; 9, Ocupaciones elementales; 0: Ocupaciones militares (son ochenta y cinco mil y como están sin especificar no se han distribuido en clases sociales).

Gráfico 1: Evolución de la población activa en clases sociales (2007-2014) (%)

Fuente: INE-EPA-2007TII y 2014TII, y elaboración propia.

El total de la población activa en el año 2014TII es de 22,97 millones de personas (17,35 ocupadas y 5,62 desempleadas) y en el año 2007 era de 22,35 millones (20,58 ocupadas y 1,77 desempleadas). En estos siete años de crisis, se ha reducido en empleo en más de tres millones y se ha incrementado en paro en casi cuatro millones. Nos centramos en la evolución de las distintas clases sociales, comparando los porcentajes de cada una de ellas respecto del total, en esos dos momentos (gráfico 1): han disminuido la clase alta (3,2 puntos, casi la mitad) y las clases medias (3,7 puntos), y se han incrementado las clases trabajadoras (9,3 puntos). En todo caso, el dato relevante es la composición ampliamente mayoritaria de las clases trabajadoras (79,6%), frente a las clases medias (16,8%) y la clase alta (3,6%). Si comparamos con los resultados (Antón, 2014b) de las mismas clases sociales en que agrupábamos la población asalariada (o sea, sin empresarios, autónomos y desempleados) por su nivel de ingresos, vemos una importante aproximación en el distinto peso de cada una de las tres grandes clases sociales en los dos ámbitos (población asalariada y población activa), con más de dos tercios de clases trabajadoras, entre el 20% y el 30% de clases medias y no llega al 4% de clase alta.

El gráfico 2 muestra la evolución solo de las clases trabajadoras, es decir, la población ocupada –asalariada y autónoma- sin las clases alta y medias (de empleo de alta cualificación, gestión o control) y añadiendo la población desempleada. El análisis se realiza con los datos del tipo de ocupación o cualificación de su empleo (o paro) según la EPA. Como se acaba de decir, el total de las clases trabajadoras, respecto del conjunto de población activa, era del 70,3% en el año 2007, y del 79,6% en el año 2014, con un incremento de más de cinco puntos. No obstante, aquí se comparan los porcentajes de cada segmento respecto del 100% del total de las clases trabajadoras de cada año.

Gráfico 2: Evolución de la composición de las clases trabajadoras (2007-2014) (%)

Fuente: INE-EPA 2007TII y 2014TII, y elaboración propia.

El impacto de la crisis en sus cuatro segmentos significativos es el siguiente. Desciende el segmento de empleo cualificado de la clase trabajadora (trece puntos), se mantiene casi el de empleo semicualificado, disminuye el de poco cualificado (cerca de siete puntos) y aumenta el de desempleo (más de veintiún puntos). Si en el año 2007 las personas desempleadas o con empleo poco cualificado eran el 31% de las clases trabajadoras, en el año 2014 eran cerca de la mitad (45,5%); en la composición interna de las clases trabajadoras se produce una regresión en el tipo de ocupación o condiciones de cualificación del empleo.

Podemos terminar esta sección diciendo que lo que ha pasado en nuestra sociedad no ha sido la desaparición de las clases, sino la ocultación de sus signos más evidentes, que ha servido para instaurar la idea más general de que tales divisiones habían dejado de existir (SUBIRATS, 2012: 401).

4.                  Clases medias, clases trabajadoras e identificación de clase

Esta sección explica la evolución de las clases medias y los distintos resultados según el tipo de pregunta sobre la pertenencia. Uno de los aspectos más polémicos en la visión de la estructura de clases es la dimensión y el significado de las clases medias. La controversia empieza por su propia definición y cómo se cuenta. En los estudios convencionales se suele considerar de clase media a las personas con ingresos entre el 75% y 125% de la renta media del país; por debajo se situaba la llamada clase ‘baja’. Ese enfoque funcionalista y liberal trata de ‘engordar’ a las clases medias y diluir la clase trabajadora que no existe ni se visualiza. Aquí se ha considerado clase media (media-media y media-alta) a las personas con ingresos superiores a la media; la parte que ingresa menos de esa media se incluye entre las clases trabajadoras (con el matiz de media-baja) a la que definíamos no solo por sus ingresos sino por su posición ocupacional y profesional (aparte de los factores sociopolíticos y culturales). Pues bien, aquí con datos de KERBO (2003), uno de los estudiosos más reconocidos e influyentes de la sociología convencional sobre estratificación social, nada sospechoso de izquierdismo, y aun con ese criterio distributivo más amplio para la clase media, tenemos los resultados siguientes reflejados en las tablas 1 y 2.

La tabla 1 recoge datos de los cambios de la dimensión de la clase media en distintos países desarrollados en un periodo de quince años de expansión económica. Como se aprecia, salvo en Suecia -52,7%-, en los otros tres países europeos más relevantes (Francia -39,4%, Alemania -43,9%- y Gran Bretaña -32,6%-) y, sobre todo, en EE.UU. -27,3%- la clase media, a pesar de ese criterio amplio, es menor que las llamadas clases bajas (la clase alta es muy minoritaria). La casi totalidad de países desarrollados no son de clase media como la ideología dominante pretende hacernos creer. Y la tendencia tampoco es necesariamente a su crecimiento, incluso en EE.UU., paradigma de sociedad de clase media, en esos años, ha disminuido 4,4 puntos, un 15%.

Tabla 1: Cambios en la clase media (1980-1995) en países desarrollados (%)

Cambios en la clase media, 1980-1995, en países desarrollados

% del total en 1995

Cambio 1980-1995

Francia

39,4

3,7

Alemania

43,9

2,4

Suecia

52,7

-1,3

Gran Bretaña

32,6

-3,9

EE.UU.

27,3

-4,4

Fuente: Kerbo, 2003.

Como con criterios objetivos no se puede justificar esa visión de sociedades de clase media, las interpretaciones liberales han utilizado la dimensión subjetiva de identificación de clase, pero de forma sesgada. Desde los comienzos de estos estudios sistemáticos sobre la identificación de clase, en los años cuarenta en EE.UU., de forma deliberada, en las preguntas a los individuos se ha contrapuesto la pertenencia a la clase ‘media’ frente a la de la clase ‘baja’. Así, contando con la percepción peyorativa que contiene este concepto, vinculado a los sectores pobres, y aprovechando la amplia tendencia a considerarse ‘normal’, de la ‘mayoría’ o simplemente ‘trabajador’ (pero no pobre), los resultados daban una abrumadora identificación de los individuos con la clase media, cercana al 80%, y una identificación muy minoritaria con la clase baja, del 15%.

Pero, desde esos mismos años cuarenta, en EE.UU., se demostró que cambiando la pregunta (en vez de clase ‘baja’ se ofrecía la respuesta de clase ‘trabajadora’), los resultados eran bien distintos (tabla 2): el 51% se consideraba de clase trabajadora y el 43% de clase media (de forma invariable el 6% afirmaba su pertenencia a la clase alta).

Pues bien, desde entonces, década tras década, incluido en los estudios del CIS, la sociología convencional insiste en que las personas se identifiquen entre la pertenencia a la clase media o la clase baja (opción A), con resultados tendenciosos, descartando la contraposición entre clase media y clase trabajadora (opción B). No estamos ante criterios metodológicos más o menos controvertidos, sino ante una deliberada estrategia ideológica y política, no científica. Esta tergiversación trata de impedir el análisis de la realidad para proseguir con la ocultación de la existencia de las clases trabajadoras y continuar con la versión irreal de sociedades de clase media, con unos pocos pobres. El objetivo principal para los poderosos es definir y llevar a cabo sus proyectos políticos, con cierta legitimidad al presentarlos de acuerdo a los intereses de esa hipotética sociedad de clase media, desconsiderar las demandas de las clases trabajadoras, como una cuestión marginal o tendente a su irrelevancia, y difuminar el carácter oligárquico y de control del poder y los recursos por parte de las clases altas o dominantes.

Tabla 2: Identificación de clase en EE.UU. (años 40) según la pregunta

Pertenencia de clase




Opción A

Clase alta: 6%

Clase media: 79%

Clase baja: 15%

Opción B

Clase alta: 6%

Clase media: 43%

Clase trabajadora: 51%

Fuente: Kerbo, 2003: 144.

La percepción subjetiva de la población, su identificación de clase social, normalmente, no coincide totalmente con la situación objetiva de su posición ocupacional, su estatus socioeconómico y de poder. En particular, en las épocas de gran crecimiento económico y posibilidades (individuales) de movilidad ascendente, entre amplios sectores de la población se generan expectativas de ascenso en la estructura socioeconómica. Especialmente, entre jóvenes con estudios superiores y origen trabajador se han generado muchas esperanzas en trayectorias ascendentes, acceso a un empleo de alta cualificación y un estatus profesional superior al de sus padres. En ese caso, la identificación de clase tendía a conformarse, sobre todo, con lo que se desea ser, con esas aspiraciones de ascenso económico, social y de empleo. La realidad ha cambiado, se genera frustración ante la evidencia de sus límites actuales en su capacidad adquisitiva, la precariedad de su empleo o el paro.

Antes, entre jóvenes, particularmente con estudios superiores, también existían trayectorias laborales estancadas y una realidad de precariedad laboral, pero eran consideradas transitorias, su perspectiva era de trayectorias ascendentes y su identificación era con ese logro (casi) seguro. Ahora, existe un gran bloqueo laboral y vital, incluido las dificultades para la emancipación y obtener una vivienda propia. Incluso hay tendencias descendentes respecto de sus progenitores. La precariedad y el paro se convierten en dinámicas prolongadas, muchos jóvenes no ven ‘futuro’ ni expectativas de un empleo decente. Se consolida la percepción de la situación real de precariedad, la identificación con las capas subordinadas de las clases trabajadoras (precariado) a diferencia de las élites, en un proceso complejo de adaptación, frustración y rebeldía. Muchos componentes culturales y estilos de vida y consumo se adecúan a esas dinámicas y expectativas nuevas, con un sentimiento de pertenencia social frágil, ambivalente y en tensión. Por tanto, sigue existiendo una cierta disociación entre su situación material actual y sus deseos, y la identificación basada en esa aspiración a un empleo de alta cualificación y remuneración y un estilo de vida acomodado, asociado a la nueva clase media, entra en crisis.

En definitiva, en la época actual, con un bloqueo de esas expectativas de la mayoría de jóvenes y la frustración correspondiente por las dificultades para un ascenso profesional o un empleo decente y bien remunerado, la brecha con sus aspiraciones es más profunda y la autodefinición se hace más realista respecto de sus condiciones ‘objetivas’ actuales y su previsión inmediata con poco futuro de mejorar. La autodefinición puede contar también con esas expectativas de lo que se quiere ser solo que, ahora, las posibilidades de realización de esa elevación social y ocupacional son menores y esos jóvenes con alta cualificación académica se adaptan a esa realidad (o emigran). Puede permanecer la aspiración a pertenecer a la clase media, pero la mayoría de jóvenes se ve obligada a reducir sus expectativas, a desear un empleo decente y unas condiciones materiales dignas, que no son otras que las de una clase trabajadora, más o menos cualificada y con una garantía de derechos sociales y laborales. La cuestión es que no se produzca solo una adaptación colectiva y normativa sino que se impulse la activación para rechazar ese destino de precariedad, cambiar la dinámica de austeridad, paro y recortes sociales y se conforme una participación ciudadana por un giro político, social y económico. Pero, eso sería otro proceso de reafirmación de una actitud cívica y de acción colectiva progresista que configurase una mentalidad y conciencia popular frente a los poderosos, que tratamos aparte.

En resumen, es importante este dato de la pertenencia subjetiva y considerar los elementos educativos y culturales así como el peso de las aspiraciones individuales y grupales para explicar las identificaciones de una parte de capas trabajadoras (ilustradas o de algún sector de servicios) con la clase media. Pero, una vez eliminada la manipulación del tipo de pregunta y definidas adecuadamente las dos clases sociales, media y trabajadora, la diferencia entre ambos campos, objetivo y subjetivo, no suele alcanzar los diez puntos. Otra cosa es la profundidad y el significado de este sentido de pertenencia y su vinculación con otras identidades más o menos fuertes (nacionales, de género…), cosa que aquí no entramos.

5.                  Clases, actores y conflicto social

En España (y otros países europeos periféricos) se ha conformado una amplia conciencia popular progresista, social y democrática, de indignación frente a las consecuencias de la crisis y la gestión antisocial de las élites económicas e institucionales. Existe una fuerte deslegitimación de la política de austeridad y un amplio desacuerdo con la gestión política dominante.

El discurso oficial (La austeridad es inevitable -UE y Troika, 2010/2013-, o El modelo social europeo es insostenible -Mario Draghi – BCE, 2013-) no convence a la mayoría de la sociedad y no consigue su resignación. Persisten unos valores democráticos -libertades y participación política-, y de justicia social -derechos sociales, económicos y laborales-, casi universales hasta la crisis. Ahora, frente a la desigualdad social, el empobrecimiento, la austeridad y los recortes sociales, se ha generado mayor diferenciación popular respecto de las élites y su involución social y democrática. No se consolida el fatalismo, sino que se mantienen vivas la oposición a la dinámica regresiva y las aspiraciones al cambio progresista.

En este Estado, salvo dinámicas puntuales y locales, existe un escaso apoyo social a corrientes populistas antidemocráticas, de extrema derecha o xenófobas, irracionales o fundamentalistas. Tampoco hay revueltas violentas ‘antisistema’ y la protesta social es pacífica y democrática. Sí hay posibilidades para el desarrollo de dos dinámicas: por un lado, un conservadurismo fuerte y cierto autoritarismo por parte de la derecha y el poder; por otro lado, tendencias a la fragmentación, la competencia individualista o intergrupal y el desarraigo social o normativo que pudieran desencadenar una crisis social disgregadora.

En la mayoría de la sociedad se ha reafirmado una cultura cívica, basada en valores democráticos y de justicia social. Hay una mayor brecha social en relación con los ‘poderosos’, la minoría oligárquica o la llamada ‘casta’, que afecta a su menor legitimidad ciudadana. Existe una fuerte diferenciación ‘cultural’ entre la ciudadanía indignada, de defensa de derechos sociales y democráticos, respecto de las élites dominantes, que gestionan la austeridad y los recortes sociolaborales. Se configura una nueva conciencia social, con nuevos sujetos o movimientos sociales interclasistas o populares y de fragmentos de clases trabajadoras. Se basa, por un lado, en la percepción del poder y su carácter oligárquico, y por otra parte, en la expresión democrática y social de amplios sectores de la ciudadanía, con nuevas mentalidades, en particular entre jóvenes, y demandas locales y globales sobre elementos sistémicos.

Hay un proceso de diferenciación de clases sociales, distinto al de otras épocas pero que también conlleva cierta polarización social. El posicionamiento de amplios sectores populares ante intereses comunes y su participación en el conflicto social son fundamentales y previos para la ‘pertenencia’ y la ‘formación’ de las clases que se identifican y actúan como tales, es decir, que ‘existen’ como actores sociopolíticos. Los elementos de apoyo y configuración de cada agrupamiento social tienen distinto peso: las clases dominantes se apoyan en el control económico y del poder; las clases subordinadas, deben basarse en su experiencia de movilización social y democrática, su capacidad asociativa y su subjetividad. La situación material similar junto con, por una parte, la ofensiva regresiva del ‘poder’ y, por otra, la acción sociopolítica y la cultura popular crítica, va creando la percepción social de tres conjuntos con contornos difusos, fragmentación interna y denominaciones diversas, pero diferenciados entre sí: Arriba, abajo, intermedio; ganadores, mantenimiento o perdedores; poder (financiero y clase gobernante), capas medias, clases trabajadoras y desfavorecidas.

La crisis del empleo y los ajustes laborales han tenido un gran impacto, no solo para la mayoría de clases trabajadoras sino también para las clases medias, con un estancamiento o descenso de sus trayectorias profesionales, sus expectativas vitales y su situación socioeconómica. En particular, ha tenido una fuerte repercusión entre jóvenes de clase media, ilustrados, con altas capacidades académicas, con un bloqueo de sus aspiraciones laborales y su estatus vital, generándose una gran frustración e indignación, y mayor diferenciación con las élites dominantes.

En resumen, la protesta social progresista ha adquirido un nuevo carácter y dimensión, en un contexto de crisis sistémica y con unos rasgos particulares: lacras socioeconómicas ampliadas por la crisis económica; gestión regresiva de las principales instituciones políticas; contra unos adversarios o agentes poderosos: casta financiera o gerencial y clase política gobernante; conciencia popular progresista y reafirmación ciudadana en una cultura democrática y de justicia social.

Se ha ido configurando una corriente social indignada en torno a dos ideas fuerza: 1) Contra las consecuencias injustas de la crisis, los recortes sociales y la política de austeridad; 2) frente a la gestión poco democrática de la clase política gobernante. Y con dos objetivos básicos: a) giro socioeconómico con defensa de los servicios públicos y el Estado de bienestar, la vivienda digna, el empleo decente y el equilibrio en las relaciones laborales…; 2) democratización del sistema político y participación ciudadana. Emergen elementos culturales que afectan a la percepción ciudadana de la nueva cuestión social y la necesaria regeneración democrática, así como a la convivencia intercultural. Los sentimientos humanitarios y solidarios se enfrentan a nuevas realidades, se modifican y se amplían a nuevos sectores sociales.

Se ha abierto una nueva etapa sociopolítica. El cambio se conforma con la suma e interacción de tres componentes: 1) La situación y la experiencia de empobrecimiento, sufrimiento, desigualdad y subordinación. 2) La conciencia de una polarización, con una relación de injusticia social y democrática, entre responsables con poder económico e institucional y mayoría ciudadana. 3) La conveniencia, legitimidad y posibilidad práctica de la acción colectiva progresista, articulada a través de los distintos agentes sociopolíticos, aunque haya dificultades en la conformación de las élites asociativas y políticas y el cambio institucional. Se ha producido una nueva fase de la protesta colectiva progresista, con novedades respecto del periodo anterior. Son dinámicas emergentes, pero suficientemente consistentes, y con un particular impacto en los jóvenes: precariedad laboral y de empleo, frustración por los procesos precarios de inserción social y profesional, indignación y participación cívica. Aparece la necesidad del cambio político-institucional, la importancia del papel de lo social y nuevas élites sociopolíticas con el horizonte de una salida progresista de la crisis y la necesaria renovación y unidad de los sectores progresistas, las izquierdas sociales y políticas y los grupos alternativos. Todo ello constituye un estímulo para un pensamiento crítico y una nueva teoría social, así como una acción transformadora y democratizadora. Junto con mayor conciencia crítica personal y una actitud cívica igualitaria, vuelven nuevos y renovados sujetos sociales, palancas fundamentales para el cambio social y político progresista.

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[i] Una breve versión inicial se presentó como Ponencia en la Escuela de Formación Sindical “Pedro Patiño” de CCOO de Madrid, en septiembre de 2014.

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