Sociólogo y politólogo.  Profesor de la Universidad Autónoma de Madrid (2003/2022)

La crisis del Estado de Bienestar

La crisis del Estado de Bienestar[1]

Antonio Antón

(Comunicaciones al Simposio de CÁRITAS ‘Políticas sociales contra la exclusión social’, mayo de 1997)

Índice

INTRODUCCIÓN

1) LOS TRES MUNDOS DEL ESTADO DE BIENESTAR

          a) Las tres economías políticas

          b) Sistemas de estratificación y regímenes del Estado de bienestar

          c) El Estado de Bienestar en la sociedad postindustrial

          d) Algunos interrogantes

2) ALGUNOS DEBATES SOBRE EL ESTADO DE BIENESTAR

          a) Las condiciones del Estado de Bienestar

          b) El alcance de la crisis del Estado de Bienestar

          c) Capitalismo de rostro humano contra capitalismo salvaje

          d) La reformabilidad del Estado de Bienestar

          e) Efectos políticos y sociales de la crisis

3) CRISIS DE LAS POLÍTICAS SOCIALES

          a) Desigualdad social y pobreza hoy

          b) Las dificultades para la integración social

          c) El salario social y la experiencia francesa

          d) Los límites en la lucha contra la exclusión

4) CONCLUSIONES SOBRE LA CRISIS DEL ESTADO DE BIENESTAR

          a) Algunas características del Estado de Bienestar

b) Algunas causas de la crisis

c)  Sociedad civil y estado

BIBLIOGRAFÍA

INTRODUCCIÓN

La cuestión de si a través del Estado de Bienestar (en adelante E.B.) y la democracia parlamentaria pueden anular las divisiones de clase y las desigualdades sociales producidas por el capitalismo, las características de los diferentes modelos de E.B., de sus bases sociales y de sus causas, las perspectivas de la crisis de los E.B., son aspectos fundamentales de la actual teoría sociológica.

          En el libro Los tres mundos del Estado de bienestar de Gosta Esping-Andersen se hace un buen repaso de estas cuestiones y es un buen punto de partida. En este primer capítulo se resumen las ideas centrales que defiende este autor en el libro citado y en su artículo "El Estado de Bienestar en la sociedad postindustrial", brillante síntesis de sus posiciones.

          Para profundizar en las perspectivas del E.B. se abordan en el segundo capítulo otros debates. En primer lugar, las contradicciones internas en el propio capitalismo, la envergadura de la crisis del E.B. y las posibilidades de su reforma a partir de autores como Claus Offe y Michel Albert. Posteriormente, se abre un capítulo sobre la nueva configuración de las clases en Europa, haciendo hincapié en la nueva segmentación entre la clase obrera con empleo y un nuevo sector empobrecido por la gran amplitud del paro y la precariedad, siguiendo las investigaciones del equipo EDIS para Cáritas y de Mario Gaviria, y en la crisis de las políticas sociales en el actual E.B. Finalmente, trato de exponer, teniendo en cuenta algunas consideraciones de M. Mishra, algunas reflexiones a título de conclusiones provisionales sobre varios de estos temas.

1) LOS TRES MUNDOS DEL ESTADO DE BIENESTAR

          a) LAS TRES ECONOMÍAS POLÍTICAS

          * La posición de la socialdemocracia: el E.B. incrementa las capacidades políticas y disminuye las divisiones sociales, que son el obstáculo para la unidad política entre los trabajadores. La conclusión es que la movilización parlamentaria es un medio eficaz para la realización de la igualdad, la justicia, la libertad y la solidaridad.

          La sociología contemporánea, por oposición a la economía política clásica, debe ser positiva y no normativa, promoviendo un método comparativo e histórico. Podemos describir sucintamente varias de las perspectivas actuales de la economía política del E.B.

          * La perspectiva estructuralista / sistémica. Viene a decir que la industrialización hace necesaria y posible la política social. El Estado de bienestar también es necesario como burocracia, como forma de organización racional, universalista y eficaz. Dentro de esta perspectiva la corriente marxista se plantea que "la acumulación capitalista crea contradicciones que hacen inevitable la reforma social" (O'Connor). Así, el Estado satisface los intereses colectivos del capitalismo. Por tanto, sería más bien el capitalismo y no el socialismo quien crea el Estado de bienestar.

          * La perspectiva institucional. Según Polany la economía debe estar incrustada en comunidades sociales, por lo que las políticas sociales son necesarias para la integración social. El Estado de bienestar es defensivo de países pequeños presionados por mercados internacionales, que entonces regulan el conflicto interno y promueven la concertación (Cameron). Mill y Tocqueville ponen el acento en el impacto de la democracia. Para ellos hay mayoría social, no movimientos de clase. Dentro de esta corriente se pueden citar a Marshall y Bendix en su defensa de los derechos sociales y la ciudadanía; la teoría de la elección pública, con la exigencia electoral de la clase media; y a T. Skocpol, con su enfoque histórico, del comienzo de los E.B. a partir de los estados autoritarios como en la Prusia de Bismark y el retraso en EEUU, con un estado menos centralizado.

          * La clase social como agente político. La tesis socialdemócrata es que la clase obrera es un gente de cambio, por la vía parlamentaria, como fuerza organizada a través del movimiento obrero, un agente del avance de los derechos sociales y, progresivamente, con una mayor unidad y más fuerza, avanza para conseguir más poder. Sin embargo, el poder de la clase obrera depende del poder del capital, es decir, de los recursos de las fuerzas adversarias, de la duración histórica de la movilización obrera, de las pautas de alianzas de poder.

          Por tanto, se pueden establecer, según Espin-Anddersen, tres objeciones a esta concepción. En primer lugar, el poder se traslada del parlamento a las instituciones neocorporativas. En segundo lugar, la estructura de poder está dependiente de la estructura de poder de los partidos de la derecha con gran influencia en la propia clase obrera como, por ejemplo, en el sueco-centrismo. En este sentido, se apoya en una falacia básica, "que el socialismo es la base natural para la movilización de la clase obrera". En tercer lugar, se da una visión lineal del poder de la clase obrera y se debe completar con un enfoque de coalición de clases. En los orígenes se podía hablar de una alianza obrero-campesina, y luego en una alianza clase obrera industrial con trabajadores no manuales. En conclusión hay que pensar en términos de relaciones sociales, en términos de coalición de clase.

          * ¿Qué es el Estado de bienestar? En primer lugar, hay que definir qué es el E.B. ¿Cuándo responde funcionalmente a la necesidad de la industrialización o reproducción y legitimación capitalista? ¿Cuándo corresponde a las demandas de una clase obrera movilizada?. ¿Es una responsabilidad estatal para asegurar unos mínimos de protección social para sus ciudadanos, y en ese sentido se define por su política social?

          No puede quedarse, desde luego, en una simple valoración cuantitativa del gasto público. Según Therborn, hay que definirlo por la propia estructura del estado, y aquí tendrían tres enfoques: el del propio Therborn, de empezar con la transformación histórica; el de Titmuss, que diferencia E.B. residual y subsidiario del universalista e institucionalizado; y el enfoque ahistórico de DAY-Myles, de juzgarlo según criterios teóricos previamente seleccionados.

          * La reespecificación del Estado de bienestar. El concepto de ciudadanía social promovido por Marshall implica la estratificación social, y el estatus competirá o reemplazará a la posición de clase. En el E.B. no sólo hay derechos sino entrelazamiento de estado / protección social / mercado / familia. Los derechos han sido un factor de desmercantilización. La introducción de los modernos derechos sociales implica una pérdida del estatus de mera mercancía de la fuerza de trabajo. La desmercantilización se produce cuando se presta un servicio como un asunto de derecho y cuando una persona puede ganarse la vida sin depender del mercado. La mayoría de los primeros progresos de la seguridad social fueron deliberadamente proyectados para maximizar la participación en el mercado laboral, o sea, la seguridad social era subsidiaria y escasa como en el modelo anglosajón. El segundo modelo sería el de Alemania, con una seguridad social obligatoria con derechos reconocidos y bastante grandes. El tercer modelo es el de Beveridge, con un subsidio básico, igual e independiente de su actividad previa, de su contribución. Este subsidio no es desmercantilizador, por escaso, aunque sí universal. Ahora, en Escandinavia además de universal es mayor y, por tanto, desmercantilizador.

          b) SISTEMA DE ESTRATIFICACIÓN Y REGÍMENES DE E.B.

          * El E.B. como sistema de estratificación. El E.B. no sólo modifica la desigualdad sino que es un sistema de estratificación en sí mismo, una fuerza activa en el ordenamiento de las relaciones sociales. Con la ayuda a los pobres se da una estratificación y una reproducción de la pobreza. Con Bismarck se promovió el apoyo corporativo de la aristocracia obrera al Estado. Con el movimiento obrero se avanzó en las mutualidades obreras, comunidades socialistas según los segmentos fuertes de la clase obrera, con la frustración de la unidad y la movilización del conjunto de la clase obrera. En el modelo de Beveridge con una protección universal pero escasa se produce un dualismo, los pobres con una asistencia social pública y una clase obrera empleada y que a través del empleo se garantiza su protección social. En definitiva, se establece un E.B. básico universal y complementario con el mercado para la clase media.

          * Los tres regímenes del E.B. A modo de síntesis, se pueden establecer los tres modelos siguientes:

          - El liberal (EEUU). Con subsidios modestos, no desmercantilizado. El estado favorece el mercado, con límites a la protección social en función de estimular al trabajo. La estratificación se produce entre un segmento igualitario en pobreza y con un sistema de protección básico, y una clase obrera con empleo, basada en el mercado.

          - El continental europeo (Alemania). Generado con un enfoque conservador y corporativista. Se da una conservación de los diferentes estatus y los derechos vinculados a la clase y estatus, siendo poco redestributivos entre los diferentes segmentos sociales. Han sido conformados por la Iglesia y son subsidiarios de la familia como agente importante de la protección social.

          - El socialdemócrata escandinavo (Suecia). Aquí es universal, desmercantilizado y también está incorporada la clase media. Se socializa el coste de la familia e influye en el mercado. Se fusiona el bienestar social y el trabajo con garantía de pleno empleo para financiar el propio E.B.

          * Las causas de los regímenes del E.B. No hay una sola causa de las diferencias entre los diferentes tipos de E.B. Por tanto, no hay que basarse sólo en las necesidades de la industrialización o en las presiones de la movilización de la clase obrera. Hay que tener en cuenta tres factores fundamentales:

          - La naturaleza del movimiento de la clase obrera. La clase trabajadora no forjará una identidad socialista de clase de forma automática y natural. La formación histórica de los colectivos de la clase obrera será diferente  y sus aspiraciones, ideologías y capacidades políticas serán variadas y sometidas a factores diversos, destacando la importancia del papel de los sindicatos.

          - La estructura de las coaliciones de clase. La estructura de las coaliciones de clase es mucho más decisiva que los recursos de poder de cualquier clase por sí misma. En Escandinavia se ha dado una coalición rojo-verde y en Europa continental no. Se dio una alianza reaccionaria y los sectores rurales se aliaron con la burguesía y, sin embargo, la clase media sí se incorporó. En el Reino Unido, sin embargo, la clase media se mantiene en el mercado produciéndose una dualidad en el E.B.

          - El legado histórico de la institucionalización del Régimen. El proceso histórico es fundamental para determinar la consolidación del E.B. con la incorporación o no de la clase media. Así, en Alemania, la incorporación de las clases medias en un proceso de consolidación nacional se da a través de Estado prusiano que generó una estabilidad política necesaria para su reafirmación nacional en el marco europeo. Por otra parte, la falta de apoyo de la clase media británica será uno de los elementos de fragilidad del E.B. en el Reino Unido.

          * Necesidad de una alternativa a la teoría de la movilización de clase obrera y a la estructuralista. Como hemos visto no resultan satisfactorias estas teorías y hay que avanzar viendo la dinámica generada por las fuerzas históricas interactivamente: La formación de la clase obrera, las alianzas con otras clases, en particular la rural y la clase media y el marco y desarrollo institucional.

          * Hay unos riesgos de reducción y decadencia del E.B. El riesgo de retroceso es superior en Estados con menor base social y mayor aislamiento de la clase obrera, y al contrario, el riesgo es menor cuando hay una alianza con la clase media ya sea socialdemócrata como en Escandinavia o corporativa como en Alemania.

          c) EL E.B. EN LA SOCIEDAD POSTINDUSTRIAL

          Gosta Esping-Andersen parte de la consideración de que el actual E.B. es incompatible con la economía postindustrial que ha supuesto una generación de empleo en el sector servicios y una flexibilidad de la mano de obra. La esencia del Estado de Bienestar es armonizar el ciclo vital de la clase obrera, la infancia, vejez, enfermedad y desempleo. Aunque el volumen de empleo queda fijado por la economía, el E.B. generaliza la seguridad frente a los riesgos. Es decir, el mercado (la economía) cuida la fase adulta y el E.B. (la política) cuida la infancia, la vejez y la enfermedad. Por tanto, el E.B. en la fase postindustrial debe crear empleo y ser activo en la fase vital del ciclo vital.

          * Los tres modelos de construcción del ciclo vital fordista:

          - El modelo americano de carácter privado, con un E.B. mínimo y privado con seguros para el segmento más fordista de los trabajadores industriales y gran empresa.

          - El modelo de Seguridad social europeo contributivo. Con un salario familiar y prestaciones sociales familiares. La familia es el pilar en la reproducción, el bienestar social y con dependencia de la mujer. Exige una larga trayectoria en el empleo para "contribuir" a las prestaciones sociales, con lo que el trabajo es una garantía social y se mantiene una rigidez del mercado de trabajo.

          - El modelo escandinavo universal. Se trata de garantizar a la clase obrera las oportunidades de paso a la clase media, evitando una segmentación con un sector precario y una clase obrera fordista. Se da una igualdad de sexo, el E.B. elabora servicios de ciclo intermedio, sustituye trabajo doméstico familiar generando trabajo asalariado para la mujer, aunque trabajo segmentado.

          El punto clave es la capacidad de adaptación a la economía postindustrial que está sobredeterminada por la forma de organización del E.B., según las forma de organización del ciclo vital fordista. Así nos encontramos con las tres hipótesis:

          - Modelo americano (modelo Baumol) con crecimiento desigual, gran productividad industrial y ascenso salarial en la industria. Escaso crecimiento de la productividad en los servicios con estancamiento salarial aunque con diferencias sectoriales (crecimiento de la productividad en administración, informática y telecomunicaciones, pero no en sanidad, enseñanza y servicios sociales).

          - Modelo escandinavo con subvención de los salarios de los servicios.

          - Modelo europeo continental de crecimiento sin empleo.

          * La necesidad de la flexibilidad. El autor plantea este elemento como fundamental. El riesgo y la oportunidad no está ahora sólo en la infancia y la vejez, sino en la fase activa del adulto. Hay que dejar de lado el tipo de ciclo fordista lineal garantizado.  Por un lado, se rechaza la flexibilidad de tipo americano, de crear empleo en el sector servicios a cambio de bajos salarios, es decir, con crear empleo y desigualdad.

          Se rechaza también el modelo europeo continental con una franja de clase obrera con empleo fijo, salario familiar y un E.B. clásico. El mantenimiento de esas prestaciones del E.B. destruirá empleo y no se creará nuevo y la flexibilidad creará un abismo entre la clase obrera integrada y la marginal ampliándose la dualidad social. Por tanto, con el modelo continental de E.B. se autodestruirá, en una economía mundial y global que requiere flexibilidad laboral. Este modelo mantiene empleo y protección social para un segmento de la clase obrera y paro, y desigualdad y ausencia de protección social para el segmento precarizado.

          El modelo escandinavo tampoco es válido. Se subvenciona los servicios y, por tanto, el empleo público para las mujeres, pero genera una fuerte crisis fiscal. Los trabajadores del sector privado se oponen a la moderación salarial que tira del sector público, predominantemente compuesto por mujeres, generándose el bloqueo y la crisis del E.B. que culmina con la presión a la baja salarial en los servicios y, por tanto, a la americanización.

          * Las perspectivas del E.B. En términos realistas se puede prever dos dinámicas. Una la continental europea con paro y dualidad social. Otra, la americano / escandinava con empleo pero con desigualdad salarial con el sector servicios privados en el primer caso y con el sector servicios públicos en el escandinavo.

          Espin-Andersen nos ofrece una tercera opción, partiendo de la necesidad de la flexibilización. Admitir la desigualdad generacional, precariedad en la juventud pero cierta garantía de movilidad dentro del sistema, sobre todo, con la formación. ¿Este sistema de estratificación social postindustrial conduciría a una diferenciación de clase? Con la hipótesis de ciertas garantías de movilidad y ascenso al pasar a la edad adulta y su posterior seguridad en el empleo y en las prestaciones del E.B. este modelo se podría aceptar según él.

          d) ALGUNOS INTERROGANTES.

Son muy sugerentes las valoraciones sobre las causas del E.B., de no reducirla a la presión o movilización de la clase obrera, criticado la misión esencialista del proletariado, o al reduccionismo de las posiciones estructuralistas de la funcionalidad para el capitalismo. Es positiva una visión histórica y multicausal, aunque solamente se centra en tres, la presión de la clase obrera, las alianzas y el marco institucional.

          En esos textos, sin embargo, se tiende a ver al E.B. más desde su función social. El E.B. también se debe valorar por su papel en el proceso económico, y en el marco de los acontecimientos históricos y políticos de entreguerras y como proceso de normalización de los estados europeos tras la IIª guerra mundial. Así, el papel del E.B. en la Europa Occidental está guiado por los imperativos económicos keynesianos a los que se subordina la política social. El tipo de acumulación capitalista y del desarrollo tecnológico, la amplia hegemonía de EEUU y la subordinación del Tercer Mundo con materias primas baratas.

          Todos estos elementos, junto a la gran importancia que tuvo la existencia del bloque soviético, serán decisivos para que los estados occidentales cuiden especialmente tras la II Guerra la integración nacional y social de sus sociedades evitando nuevas crisis como las generadas en los años veinte y treinta del siglo XX..

          Está clara la incompatibilidad del E.B. actual con las dinámicas internacionales dominantes. Estamos en un auge del neoliberalismo y de las llamadas fuerzas del mercado como se llama ahora al capitalismo. El keynesianismo ha entrado en crisis y la competitividad internacional es lo dominante. Pero también estamos asistiendo a la crisis de la propia clase obrera, de las fuerzas de izquierda y, en especial, del llamado socialismo real del Este. Hay pues también una crisis ideológica y de la propia cultura obrera, así como un debilitamiento del poder transformador de los sindicatos.

          Por tanto, es razonable pensar que en la medida en que se amplíe el aislamiento de las fuerzas de izquierda y progresistas serán mayores las dificultades de defensa del E.B. Pero hablar en términos de alianza o coaliciones de clase es difícil en el Occidente actual con la amplia diversificación social, política y electoral. Así, los sujetos de partidos y sindicatos no reflejan claramente una representación nítida de los diferentes segmentos sociales. Las mediaciones sociales y políticas se han trastocado mucho más, y la representación de intereses inmediatos y más generales es mucho más ambigua y confusa. Hay pues un problema de correlación de fuerzas, de poder y capacidad de legitimación social. Y ello no se puede contemplar sólo cuantitativamente o en los apoyos electorales, sino, sobre todo, como capacidad de influencia social y de su vertebración y organización interna de los diferentes grupos sociales. Sin embargo, hoy día, el neoliberalismo parece imparable y la capacidad de freno electoral, cultural o social, difícil para las fuerzas sociales vinculadas a una perspectiva de mantenimiento del bienestar social y de ampliación de la igualdad.

          Son muy pertinentes las valoraciones críticas a los efectos sociales de los diferentes modelos del E.B. La opción que Espin-Andersen propone es menos mala que otras, al confiar en que la flexibilización del mercado de trabajo y, por tanto, de los riesgos, se sitúe en la juventud, con la esperanza de que sea transitoria y provisional para luego modificar sus condiciones en la edad adulta. Así, no se enquistaría una situación duradera. No estaríamos ante la dualidad de clase estable, como la segmentación social continental, la diferenciación en el empleo público y privado según el sexo de Escandinavia, o la marginación étnica en EEUU. Aquí, se considera que la precariedad juvenil no supondría tanta disgregación o inestabilidad social.

          Está subyacente una valoración pragmática de un retroceso inevitable del E.B., dadas las fuerzas en presencia, cosa realista, pero el interrogante es cuál es la actitud mejor para evitar una legitimación de las actuales dinámicas mundiales de debilitamiento de los E.B. Se trata de poder generar unas energías de oposición al aumento de la desigualdad social, de la precariedad y el malestar que se está extendiendo por amplias capas de Occidente, además del empobrecimiento masivo en el Sur.     

          Por tanto, hay que reformular la defensa no tanto del actual esquema de E.B. sino de un nuevo replanteamiento del papel de la propia sociedad y del Estado y de las posibles nuevas fuerzas sociales que puedan ser la base de una nueva perspectiva igualitaria.

          Uno de los grandes problemas planteados por Espin-Andersen es la configuración de las nuevas alianzas de clase. La constitución de nuevas fuerzas sociales, de las relaciones entre los diferentes movimientos y segmentos de la población es fundamental pero también es difícil de prever. No caben ya las formulaciones genéricas sobre el gran papel del proletariado, del relevante papel de las clases medias, o del nuevo lumpemproletariado, ni tampoco el escepticismo por la muerte de la clase obrera (Gorz). La constitución de nuevas fuerzas sociales, sus características y alianzas, es un proceso complejo y laborioso y estamos ante una nueva etapa histórica. Desde este punto de vista las nuevas generaciones de juventud precarizada pueden condicionar en el futuro una nueva dinámica social. Pero antes de llegar a conclusiones vamos a profundizar con otros debates.

2) ALGUNOS DEBATES SOBRE EL ESTADO DE BIENESTAR.

          a) LAS CONDICIONES DEL ESTADO DE BIENESTAR.

          El Estado de bienestar se va construyendo desde la II Guerra mundial, especialmente, en la Europa más desarrollada. Durante los años 50 y 60 se dan unas condiciones de sostenido crecimiento económico, con relativo pleno empleo, con ampliación y generalización de prestaciones sociales (pensiones, subsidios, sanidad, enseñanza...). Hay una base social de clase obrera relativamente estable, una presión y prestigio de la izquierda (sindical, política y electoral) y la pugna con los países del Este. Todo ello favorece el consenso social y la institucionalización del conflicto, la confianza en la democracia política.

           Ya a primeros de siglo, con el fordismo y taylorismo, se plantea una nueva forma de organización del trabajo, con un nuevo esquema de acumulación de capital y de consumo masivo. Con la gran crisis de 1929/30  Keynes, plantea los límites del capitalismo liberal: Ante la crisis económica, son insuficientes los mecanismos del propio mercado (de los diferentes capitalistas privados en competencia), y se plantea la necesidad de una mayor intervención estatal en la regulación de la economía promoviendo una política basada en la demanda de bienes, y corrigiendo los excesos del capitalismo salvaje. El alto grado de productividad alcanzado, el avance tecnológico industrial, la utilización masiva y barata de materias primas y recursos naturales, y la explotación y dependencia del Tercer Mundo, permite un gran aumento de los beneficios y un aumento de los salarios reales y el bienestar social en los países capitalistas más desarrollados. Así, se atenúan las presiones obreras y aumenta la legitimidad del sistema.

          Tenemos ya las tres condiciones básicas sobre las que se ha asentado el E.B.: Una presión social de la izquierda (y del socialismo real del Este) con una base social amplia y estable; unos intereses de los sectores más dinámicos del propio capitalismo, y en tercer lugar un proceso de crecimiento económico compatible con una generalización de la protección social.

          Una primera discusión se da sobre la importancia y relación de cada una de estas tres condiciones. Al decir, por ejemplo, que el E.B. es sobretodo fruto de las luchas obreras, una conquista social (Gaceta sindical), se puede embellecer lo que tenemos, o bien, ante el debilitamiento actual de la izquierda, a augurar su desmantelamiento. Al forzar el argumento de que el Estado de bienestar es, sobre todo, necesario para el capital y más con la progresiva concentración monopolista, se confía en su mantenimiento y se infravalora el alcance de la crisis y del recorte del bienestar social. Por otra parte, se puede intentar reproducir el mismo esquema de crecimiento y las políticas económicas pasadas ignorando la profundidad de la crisis económica y sus repercusiones sociales.

          b) EL ALCANCE DE LA CRISIS DEL ESTADO DE BIENESTAR.

          Tras la crisis económica de mediados de los 70, se inicia un fuerte ataque contra el E.B. Esta crisis económica es debida a los límites del aumento de la productividad, planteándose las fuerzas de la derecha y los sectores neoliberales de la economía, cambiar la correlación de fuerzas sociales, incrementar la flexibilidad económica (descentralización productiva, nuevas tecnologías, etc.) y laboral (segmentación, reforma mercado trabajo, etc.). Se trata de aumentar la competitividad, con un aumento de los beneficios empresariales, y una transferencia de rentas hacia el capital. Para ello hay que disminuir el déficit público y en consecuencia las prestaciones sociales. La otra cara de la moneda, es la desprotección social y el empobrecimiento de amplias capas sociales, la desvertebración y división y exclusión social, la tendencia hacia la individualización e insolidaridad.

          En los primeros años 80, con los pioneros Reagan y Thatcher, se lanza una gran ofensiva contra los fundamentos del Estado de bienestar. En los noventa, y con el derrumbe del Este, se va generalizando en Europa. En un principio, fundamentalmente, es una ofensiva ideológica y cultural. Se pone en boga el discurso neoliberal contra el intervencionismo del estado y por la autonomía de la economía. Las propias leyes del mercado, la "mano invisible" regularían todo. La competitividad económica es lo principal, lo demás (salarios, protección social) subordinado. Por tanto, el E.B. (el intervencionismo social y político) sobra al no adecuarse a las nuevas necesidades económicas.

          Al núcleo central de este discurso neoliberal, a veces, se le añaden algunos matices. Se defiende un cierto liberalismo social con el que confluyen sectores de la socialdemocracia clásica. Aceptando la subordinación a la competitividad, se plantea la conveniencia de hacerlo con mayor consenso social, con la preocupación por la cohesión social e intentando integrar a las cúpulas sindicales.        

          Otro aspecto diferente es el ritmo de concreción y envergadura de la reducción del E.B. Antes en el Reino Unido y en los noventa en el resto de Europa se han ido ampliando los recortes, pero todavía no hay un proceso de desmantelamiento total y masivo. Se van transformando las condiciones básicas (crisis económica, desvertebración social, ofensiva ideológica, debilitamiento de la presión social), hay proyectos, tanteos y medidas concretas, pero todavía es difícil prever el alcance y generalización del desmantelamiento del E.B.

          Por tanto, ya tenemos algunas discusiones. Por un lado, la caracterización y crítica del discurso ideológico neoliberal (Andrés Bilbao, Julio Rodríguez). Y, por otro lado, el alcance y características de la crisis fiscal (O'Connor) y de la reducción de la protección social (González i Calvet, Gaceta sindical, Luis I. López). En definitiva, en qué medida, hasta ahora, ha sido sobre todo una crisis ideológica, y qué otros factores pueden frenar el desmantelamiento del Estado de bienestar. Aquí aparecen diferentes énfasis: Las presiones de nuevas fuerzas y movimientos sociales que forzarían un nuevo consenso y legitimación (Offe, Habermas), la recomposición basada en la vieja izquierda, con las tradicionales bases sociales y doctrinas más o menos renovadas (Serrano, Serra), la eficacia y necesidades del capitalismo de "rostro humano" (Albert).

          c) CAPITALISMO DE ROSTRO HUMANO CONTRA           CAPITALISMO SALVAJE

          Los análisis de M. Albert son muy lúcidos y sugerentes en múltiples aspectos. La idea central, tras el debilitamiento de la izquierda y la caída del Muro de Berlín, es la polarización de la lucha entre el capitalismo de rostro humano con el E. B., contra el capitalismo salvaje con el estado mínimo liberal. Por un lado, estaría Alemania (por eso se llama también capitalismo "renano") y países como Holanda, Austria y, en cierta medida, Francia y, con otras especificidades, Japón. Por otro, el capitalismo "anglosajón" de EE. UU. y Reino Unido (aunque éste conserva todavía muchos elementos de la época laborista).

           Para Albert las sociedades "renanas" son más igualitarias e integradoras. Hay una mayor estabilidad social, consenso y legitimación por el alto nivel de protección social, compatible con el crecimiento económico y el aumento de la productividad y competitividad. En conclusión, este capitalismo con E. B., es más eficaz económicamente a corto y largo plazo. Está basado en el capitalismo industrial y no el financiero/especulativo, y ha estado condicionado por la socialdemocracia y el keynesianismo. Se pone el acento en su eficacia y racionalidad, con abundante demostración empírica frente al capitalismo liberal y despilfarrador. Plantea, así mismo, la paradoja de su pérdida de credibilidad y menor capacidad política. En la pugna mundial por la hegemonía, últimamente, Alemania y Japón van perdiendo la batalla, sobre todo en el terreno ideológico, y el ámbito financiero/especulativo refuerza la cultura del éxito a corto plazo y a cualquier precio.

          El mantenimiento del E. B., no se podría sostener sobre la presión social o el consenso social y su mayor legitimación, sino sobre la esperanza del fortalecimiento del capitalismo de rostro humano, siendo los otros aspectos necesarios pero secundarios. Las conclusiones e interrogantes son evidentes. El objetivo es fortalecer el núcleo duro de la Unión europea, forjando una identidad europea más social. Defender la eficacia de las multinacionales industriales, frente a la especulación financiera a corto plazo. Así, para mantener el nivel de protección e integración social, la gente trabajadora, con una visión eurocéntrica, debería apoyar a este capitalismo favoreciendo su competitividad y defendiendo su mayor racionalidad económica. A partir de ahí se trataría de ajustar algo los excesos de las llamadas fuerzas del mercado y favorecer cierta estabilidad social, el consenso político y parlamentario y la corresponsabilidad sindical y la democracia industrial. Como se ve, es la apuesta del Plan Delors y del eurosocialismo y de cierto discurso social con la aceptación crítica de los elementos centrales de la convergencia europea de Maastrich, pero con una Unión europea más social.

          d) LA REFORMABILIDAD DEL ESTADO DE BIENESTAR

          Claus Offe plantea una serie de ideas interesantes. La crisis del E. B. está asociada a la crisis de la vieja alianza del capital monopolista (fordista) con la clase obrera industrial (izquierda y sindicatos). Estamos, particularmente, en Alemania, con un ascenso social de los movimientos verdes, con cierta renovación de la socialdemocracia y con un capitalismo alemán bien situado en la división internacional de trabajo. Offe avanza ideas sobre la necesidad de reforma y democratización del Estado con la presión del conjunto de los movimientos sociales. Cogen protagonismo esos nuevos movimientos (basados en la clase media y en los sectores marginados), que deberían forjar una alianza con los sectores de la clase obrera industrial y sus representantes sindicales. Así se forzaría una mayor descentralización del aparato estatal y una mayor participación ciudadana. Es la base para un nuevo consenso y una mayor legitimación. Su representación política, con unos movimientos sociales fuertes, sería la convergencia de verdes y una socialdemocracia renovada.

          Sin embargo, C. Offe tiene una visión eurocéntrica e infravalora el grado de opresión al Tercer Mundo que ejerce este capitalismo supuestamente avanzado. Quizá sobrevalora la fuerza y potencialidades de los nuevos sujetos y alianzas sociales, al mismo tiempo que las necesidades de consenso y legitimación derivados de esta presión social. Sus conclusiones son más dependientes de las expectativas creadas en los años setenta y aún en los años ochenta. No obstante, son más difíciles de compartir en la década de los noventa con una mayor ofensiva neoliberal y disgregación social. Por otra parte, hay que tener en cuenta las tendencias hacia la institucionalización y el neocorporativismo de gran parte de estos movimientos (con el fortalecimiento de la democracia política y la reproducción estatal) y, por tanto, su debilitamiento como polo autónomo. Y considerar las mutuas vinculaciones y funciones entre la periferia del estado asistencial y las organizaciones sociales y ONG más autónomas, aunque muchas veces dependientes financiera e institucionalmente del propio Estado por la pérdida de dinamismo y amplitud de su base afiliada y voluntaria. 

          En estos planteamientos hay una variante (en parte en el propio Offe y desde posiciones neokantianas en la socialdemocracia y a veces de sectores cristianos), que se basa más en una motivación ética, en este marco de reforma del Estado. Viendo los efectos de desigualdad y pobreza, se trataría de corregirlos. Salvando la competitividad del sistema de desarrollaría un compromiso moral contra tanta injusticia social o, más bien, contra le exclusión social.

          Por último, en relación a la reformabilidad del Estado hay que citar la existencia del discurso eurocomunista (y de la socialdemocracia más clásica) de ir hacia la alianza de las fuerzas del trabajo y la cultura. Se avanzaría a través de la democracia parlamentaria y, con el apoyo de la presión social, se iría forzando la democratización y el papel público del Estado. Hoy día este discurso está cada vez más a la defensiva entre la opinión pública, cada vez queda más debilitado y, especialmente, su variante más radical de impulsar una mayor movilización obrera, con parecido esquema general. El movimiento sindical se debate entre, por un lado, la consolidación de la concertación social y el corporatismo, en un marco muy defensivo y sin poder avanzar en reformas sociales y, por otro lado, en ser cauce del malestar social con algunas explosiones de descontento de los sectores afectados por los recortes sociales y el deterioro de sus condiciones laborales.

          e) LOS EFECTOS POLÍTICOS Y SOCIALES DE LA CRISIS.

          Para valorar la situación concreta y, especialmente, para ver sus tendencias, es preciso siempre un análisis empírico. Huir de las grandes formulaciones de alianzas, leyes y tendencias necesarias. Como dice T. Skopol, es preciso un gran proceso de investigación social. A veces se cae en una caracterización abstracta, como la representación de un capital colectivo, sin ver que múltiples medidas se forjan según la presión de los diferentes grupos de presión, coyunturas sociales, relaciones de fuerzas, etc. Varios elementos hay que tener en cuenta.

          Al hablar de E. B., se tiende a ver solamente la faceta social del Estado. Se pueden citar aquí, de pasada, algunos factores sociopolíticos asociados a esta crisis del E. B. y de las economías y sociedades occidentales. Igual que el E. B. ha cumplido múltiples funciones de estabilización y legitimación política y social, al contemplar su crisis, también es necesario ver algunas dinámicas políticas, sociales y culturales que se pueden dar.  

          Por una parte, no hay que olvidar que el Estado Occidental también tiene unas funciones de coacción y control social tanto interior como en el plano político-militar internacional y de garantía de estabilización del statu-quo mundial con la gran desigualdad con el SUR. El reforzamiento de la OTAN y su creciente intervencionismo es patente al igual que un nuevo reequilibrio mundial con predominio político-militar de EE. UU. También hay que señalar el reforzamiento de las tendencias culturales eurocéntricas y, en algunos aspectos (comunicación, cine...), un nuevo hegemonismo norteamericano.

          Igualmente se puede contemplar el carácter despilfarrador y destructivo de la naturaleza de muchas dinámicas económicas e industriales que la nueva sensibilidad ecologista pone en evidencia. Hay que citar también las dinámicas e intereses de la propia burocracia estatal y funcionarial como bien han explicado algunos neoweberianos y siguiendo a Giddens. Otro factor importante es la presencia de conflictos nacionales y desigualdades territoriales que influyen en la configuración política y social de los Estados y que se pueden exacerbar con la crisis. Igualmente los condicionamientos diferentes según sexo o edad, o las nuevas dinámicas autoritarias y racistas que invaden a ciertos segmentos de la sociedades occidentales.

          Otro enfoque más evolutivo (siguiendo a Ashford) es contemplar las dinámicas históricas concretas de la conformación del Estado de bienestar y, ahora, las etapas y procesos de su debilitamiento y crisis. Así convendría diferenciar los diferentes ritmos del discurso ideológico, la evolución y envergadura de las contrarreformas concretas y, sobre todo, los efectos sociales, así como la conformación de la conciencia y el comportamiento social y el desarrollo cultural de los nuevos sujetos sociales y especialmente de la juventud.

          El E. B. no ha dado un bienestar igual para todo el mundo y todos los países, e igualmente su proceso de desmantelamiento y las medidas concretas de recorte de las prestaciones sociales tampoco afectan por igual a la sociedad. Incluso la misma medida puede afectar en diferente manera a cada persona, y cada persona o sector social pasar por diferentes fases a lo largo de su vida. En el caso particular del Estado español las repercusiones sociales, desigualdades, empobrecimiento y malestar se acentúan ya que sólo se había llegado a mitad de camino en relación a los estados centrales de la Unión europea, con un E.B. más raquítico, y con papel periférico en el primer mundo y una mayor gravedad de su crisis económica, con un alto grado de paro estructural, en los años ochenta y primera mitad de los noventa.

          Hay autores que se plantean, más allá del Estado mínimo liberal, las probabilidades de una especie de Estado mixto, con unas funciones de bienestar público y privado para sectores más acomodados, incluida una minoría muy rica, una red de asistencia social mínima integradora para sectores intermedios, y unas funciones de contención y exclusión social para sectores más marginados e inmigrantes (reforzada con el racismo). Desde esa posición se aspira a una estabilidad y consenso social con una parte de la sociedad (las clases medias y aristocracia obrera en ascenso) junto a sus representaciones institucionales (partidos de izquierda y aparatos sindicales). Luego quedaría una amplia franja con tendencias y expectativas de estancamiento y descenso económico, pero con un mínimo Estado asistencial (sanidad, enseñanza, subsidios y pensiones mínimas, y con vivienda, empleo, salarios o situación familiar algo precarios), donde se encuentra una gran parte de la población trabajadora con empleos y condiciones más precarios. Por último, estaría un tercer sector más empobrecido y con dificultades, incluso para las prestaciones sociales y sobre el que se debería ejercer una tarea de control social.          

          Es difícil generalizar los efectos para toda la sociedad y si es verdad que los pobres son cada vez más pobres y los ricos más ricos, hay que analizar concretamente la evolución de los diferentes segmentos sociales, su mejora relativa y las tendencias acomodaticias en las clases medias, junto con el empeoramiento relativo y la amplitud del malestar que empieza a ser mayoritario en el tercio más desprotegido.

3) CRISIS DE LAS POLÍTICAS SOCIALES.

          a)  DESIGUALDAD SOCIAL Y POBREZA HOY.

          El aumento de la desigualdad, el crecimiento de la pobreza afecta ya a amplios sectores sociales y está lejos de ser un problema marginal. La crisis económica y las políticas neoliberales están generando un alto porcentaje de paro, estancado en más de un 20% de la población activa. La precariedad en el empleo y el recorte de las prestaciones sociales generan un mayor empobrecimiento de capas cada vez más amplias. En la Unión Europea ya hay unos 55 millones de pobres, de los que más de 8 millones son del Estado Español como nos informan los estudios de Cáritas o de Mario Gaviria.

          Los fenómenos de la dualización y la segmentación de la sociedad se ven cada vez más claramente. La situación de relativo pleno empleo, estabilidad laboral y social del grueso de las clases trabajadoras y la existencia de una cierta seguridad ante los diversos riesgos de enfermedad, vejez etc. ha dejado paso a una situación de empobrecimiento masivo y de marginación social. Por tanto, no estamos tratando de un tema marginal o a extinguir en las sociedades capitalistas occidentales, sino de un fenómeno amplio que tiene repercusiones para el conjunto de las capas populares.

          Ricos y pobres son dos caras de la misma moneda. La pobreza es un concepto relativo en relación a la media de la renta de la población. El problema es que la riqueza se va concentrando en la cúspide de la pirámide social, junto a un sector de clases medias con sus beneficios y privilegios en ascenso. Mientras por abajo se produce un deterioro de las condiciones económicas y sociales de la mayoría de la población trabajadora.

          En el marco del E. B., el mecanismo de integración social principal venía por el empleo, es decir, por el salario (o las prestaciones consiguientes) y las condiciones económicas y de estatus derivadas. Los otros mecanismos, como la familia, la escuela, los servicios sociales y asistenciales, la propia cultura, la comunidad nacional, la institucionalización democrática, etc., cumplían también un papel fundamental en la integración social, en la conciencia de pertenencia a una misma sociedad. La crisis del E. B. supone una gran transformación de todos estos mecanismos que ya no pueden cumplir la misma función de vertebración social.

          También hay que considerar que estos fenómenos no se dan por igual entre los diferentes sectores sociales, lo que afianza la división y la disgregación social y se generan diversos niveles de precariedad, marginación y exclusión social. El progresivo recorte de las prestaciones por desempleo, los planes de recorte de las pensiones, avalados por el Pacto de Toledo aunque se mantenga el sistema público de protección social, el deterioro de la sanidad, de los servicios públicos y de la vivienda hacen recaer más sus consecuencias en la población más empobrecida por su situación en el mercado laboral.

          Los jóvenes en búsqueda de su primer empleo o con una contratación precaria, los pensionistas que componen la mitad de los pobres, con un predominio de las mujeres en uno y otro colectivo, además de otras mujeres que, dado su nuevo papel en la familia y su precaria integración en el mercado laboral, se sitúan en claros niveles de pobreza, por lo que podemos hablar del rostro femenino de ésta. Incluso comportamientos diferentes a los impuestos por las normas mayoritarias, según la cultura, la opción sexual o diversas particularidades son fruto de marginación o exclusión. Se pueden citar más específicamente la ampliación de la marginación social en colectivos como la población gitana y los inmigrantes, o en ámbitos como la drogadicción, el SIDA, la delincuencia o la prostitución.

           Para la lucha contra la marginación y la desigualdad, no podemos contentarnos con repetir las recetas keynesianas, en la espera de un crecimiento económico que haga de un hipotético aumento del empleo el elemento central de lucha contra la pobreza. Sería caer en la trampa del neoliberalismo de confiar en una economía, que va por otro lado.

          Por otra parte hay que ser conscientes, ante la envergadura de estos grandes problemas, del papel limitado de algunos mecanismos y políticas puestos últimamente en marcha, como la formación ocupacional, los programas de rentas mínimas de inserción o diferentes servicios informativos o asistenciales, etc. Es verdad que se palian muchas situaciones precarias, pero su función principal suele ser la de embellecer ante la sociedad la preocupación de las instituciones públicas en la lucha contra el paro y la precariedad, cuando al mismo tiempo, son sus principales responsables y aplican o apoyan las políticas económicas neoliberales. Sin embargo, vamos a profundizar en algunos aspectos concretos.

          En primer lugar, el concepto pobreza hay que definirlo en términos relativos, es decir en relación al nivel medio de la sociedad en cada momento. Ahora estamos hablando de sociedades occidentales. El criterio europeo más aceptado es el de considerar pobre a la persona que no dispone del 50% de la renta media del país. En el caso del Estado Español la renta media per-cápita (1997) ronda las 85.000 ptas. mensuales, con lo que pobre es una persona con menos de 42.500,- ptas. y pobre severo cuando no llega al 25%, es decir a 21.250,- ptas. Por tanto, no hablamos de mendigos o de una cosa marginal, sino de una realidad más amplia, incluyendo a la pobreza moderada. En este caso estaríamos hablando de más del 20% de la población de forma estable o estructural (en el Estado Español entre 8 y 10 millones de pobres), sin que en esta década se haya modificado substancialmente, a pesar de otras interpretaciones más positivas como la de Gaviria.

          En segundo lugar, está el nivel de exclusión social. El problema es si consideramos solamente a las personas que no participan en el conjunto de la sociedad, o a todas las personas que están excluidas también en algún aspecto o faceta determinada. El asunto tiene su importancia, ya que si tenemos una concepción restringida de la exclusión social, y definimos el trabajo social como la acción específica a este sector, sigue vigente el gran problema de la acción con respecto al conjunto de la gente pobre y marginada. Estamos, por tanto, en la tensión entre un universalismo más general y la prioridad a los sectores más excluidos con servicios sociales específicos. Esta cuestión es resoluble si no encubre la ausencia de recursos y la falta de responsabilidad del Estado con respecto al conjunto de esta población.

          En tercer lugar, los niveles de marginación por aspectos culturales, étnicos, nacionales, de género, de opción sexual, etc. y que pueden coincidir o no con otros rasgos. En este campo aparecen un montón de problemas y la necesidad de modificar las pautas de comportamiento dominantes y los valores culturales, sexuales y éticos dominantes. Implica un replanteamiento de los conceptos de inadaptación o conducta desviada y las alternativas de normalización y, más en general, las propias pautas culturales de la civilización occidental.

          En definitiva, cuando se habla de la lucha contra la pobreza, la exclusión y la marginación pueden variar mucho las dimensiones del personal afectado y las implicaciones presupuestarias, sociales y culturales. Es decir, se suele hablar de cosas muy diferentes, incluso con enfoques políticos y teóricos contrapuestos. 

          b) LAS DIFICULTADES PARA LA INTEGRACIÓN SOCIAL.

          En primer lugar, es conveniente empezar por el propio concepto de "integración social" planteado como el objetivo de las políticas sociales y del trabajo social. Es un concepto fundamental surgido como objetivo básico de la constitución de los E.B. Este concepto hoy es problemático ya que hace referencia a la "normalización" en un conjunto de valores culturales, estatus socioeconómico, sistema social, valoración de la civilización occidental, etc. que, a veces, es contradictorio con las pautas de partes de la población. La gran amplitud de la inmigración en algunos países europeos (Alemania, Francia...), con altos porcentajes de personas de fuera de la tradición cultural occidental (Turquía, Magreb, África negra...) plantea numerosos interrogantes sobre esta tarea, a diferencia de los años 50 ó 60 con una inmigración de los países del sur de Europa.

          Por otra parte, en las dinámicas de marginación y exclusión social, influyen diversos aspectos culturales, nacionales, de ciudadanía, étnicos y lingüísticos, de género, de opción sexual, etc. Los mecanismos tradicionales de integración, socialización, o normalización a través de la familia, la escuela, la nación o el trabajo están en crisis y transformación. Así, además de los sectores precarizados pero con relativa identidad cultural aparecen importantes bolsas de  comunidades con otras señas de identidad étnica o cultural.

          A veces se dan procesos de asimilación, pero en otras se reacciona con autoafirmación de sus identidades culturales. Por otra parte, van apareciendo fuertes conflictos con generalización de la xenofobia. También los más nuevos mecanismos de integración y normalización cultural, como el consumo masivo o la propaganda de "masas", también son problemáticos apareciendo movimientos contraculturales en su contra.

          En segundo lugar hay que mencionar la crisis y falta de credibilidad de las propias ciencias sociales y, en especial, su supuesto carácter científico para definir las políticas sociales a plantear. La propia imagen de neutralidad o de metodología profesional e independiente  está presentando sus limitaciones. La tradición de la sociología y también del marxismo, han solido priorizar los aspectos económicos, tanto en los análisis sociales como en los objetivos. Así, el objetivo del empleo se sigue considerando el elemento central de la integración social, cuando el paro es masivo y estructural.

          Las clases sociales han variado su composición. La clase obrera está segmentada y dividida y aparece una nueva realidad de desigualdad y pobreza. Como se sabe, el E. B., con todos sus mecanismos de cohesión y vertebración social está en crisis y la asistencia social como parte de él también está en crisis y retroceso. No existen muchos soportes teóricos claros, ante una realidad cada vez más amplia. El conjunto de las ciencias sociales y de la sociología en particular, apenas ha empezado a replantearse las bases teóricas para comprender y definir líneas de actuación ante esta nueva realidad social.

          Dentro de este panorama general tiene una variada gama de problemas específicos la crisis del papel de los propios trabajadores y trabajadoras sociales y de los servicios sociales e instituciones dedicados a la asistencia social. Lo dominante ha sido la educación teórica y práctica, en un ambiente de avance del E. B. y ahora se da una gran perplejidad ante las nuevas realidades y funciones a realizar. Hay que citar igualmente las dificultades profesionales y la inestabilidad laboral que hoy se agudizan por el retroceso del gasto social y la ampliación de los problemas sociales. La complejidad teórica es grande, la experiencia e investigación limitada, los planos muy diversos, muchos problemas son nuevos y muchos enfoques viejos obsoletos. Sólo desde un pensamiento crítico y abierto y una conexión directa con las nuevas realidades se podrá avanzar en este campo, aunque la concreción y especialización pueda ser muy diversa.

          Por último, hay que señalar las diferencias de las diversas políticas de integración. De forma concreta a veces se queda en una aportación monetaria. Otras, se acompaña de algunas medidas o contratos de contraprestación de formación, empleo o inserción socioeconómica. Algunos establecen una relación jerárquica e individualizada, y otros tienen una dinámica más participativa y comunitaria. Y, en fin, otras establecen programas de actuación en diversos campos familiares, sanitarios, culturales, etc. desde diversos organismos, que suelen estar descoordinados. Pero ahora nos vamos a detener en la experiencia de los Salarios sociales como elemento central de las nuevas políticas sociales y por su novedad y generalización en esta década de los 90.

          c) EL SALARIO SOCIAL Y LA EXPERIENCIA FRANCESA.

          Ante los nuevos problemas de la cohesión social cobra una nueva importancia la lucha contra la pobreza como en los comienzos del E. B. Ahora, desde los primeros años de la década de los 80, se va planteando en Europa, con un nuevo enfoque, el debate sobre la integración social y la utilización de nuevos mecanismos para conseguirlo. Se parte de la generalización de una nueva realidad social, tras la crisis económica de los 70, con un amplio sector en paro y con una gran franja de pobreza, con dinámicas de desestructuración social, exclusión y marginación. No nos vamos a detener en los antecedentes tanto de la situación social como de las diversas políticas aplicadas antes de la IIª Guerra Mundial. Durante los 50, 60 y parte de los 70, se da una situación de relativo pleno empleo, con la integración a través del trabajo, y los avances del E. B.

          Debemos hacer la salvedad del caso español, donde el E. B. es muy reciente al empezar, prácticamente, en los años 70, ha habido una fuerte emigración interna y externa, una frágil economía, y a finales de los 70 y en los 80, cuando estas dinámicas se bloquean y empiezan a entrar en crisis, los efectos son más amplios y los mecanismos de integración más débiles.

          En este contexto se producen los nuevos debates sobre las Rentas o Ingresos "Mínimos" de Integración o Inserción (o Ingreso o Salario Social "Universal"). Esta diversidad de denominaciones indica diversos acentos en algunas características y objetivos de estos nuevos planes puestos en marcha ante el mantenimiento en Europa en los años 80 de grandes bolsas de paro y pobreza.

          Se empieza a sistematizar estos problemas en la Conferencia Internacional de Lovaina (Bélgica) en 1986, y a partir de ahí se comienza a generalizar algunas medidas institucionales contra la pobreza y exclusión. En Francia se aplica un Plan amplio desde 1989, que luego analizamos. También se establecen este sistema en Holanda y Bélgica. Por parte de la Unión Europea, ya en 1994, se publica un Informe sobre la Protección social en Europa, con la pretensión de establecer objetivos comunes para los Estados miembros. Por otra parte, se debe señalar que en estos últimos años, con el Plan Delors y la construcción de la llamada Europa Social, se está generalizando el discurso de todas las instituciones políticas de la prioridad de la lucha contra el paro y la pobreza.

          En el Estado español, se empieza en la Comunidad Vasca en el año 1989, y luego se va generalizando por casi todas las Comunidades Autónomas. En general, nos encontramos con unos planes muy limitados de los poderes públicos, pero que se suelen presentar con un discurso embellecido de sus efectos para la lucha contra la pobreza y la exclusión. Ante la situación de malestar y los riesgos de cierta disgregación los planes de los Gobiernos europeos se han lanzado a una gran campaña de legitimación del orden social vigente pero sin los supuestos económicos keynesianos presentes en los años 50 y 60. Por una parte, las economías europeas son incapaces de generar empleo y mantienen unos planes de convergencia europea basados en políticas económicas restrictivas y, por otro lado, los Estados pretenden dar la imagen de una gran preocupación social.

          La experiencia francesa de la implantación de RMI (Rentas Mínimas de Inserción), durante los años 1989 al 1992, es de las primeras y más amplias. Una gran parte de los problemas teóricos y prácticos se han ido reproduciendo y aplicando aquí y en el resto de Europa, en general de forma parcial. Se pueden entresacar algunos aspectos del Informe realizado por la Comisión Nacional (francesa) de Evaluación del RMI. Como se sabe, el Gobierno de la derecha de Balladur anuló este programa en el 93 y en la reciente victoria electoral, la misma derecha con Chirac, ha hecho de la batalla de la lucha contra el paro y la desigualdad un tema central y ha vuelto a resucitar nuevamente estos programas:

          - Según ese Informe, el RMI ha constituido un avance social y jurídico innegable al dar, en el curso de estos tres años, el derecho a condiciones adecuadas de existencia a 950.000 personas, es decir, cerca de 2 millones contando beneficiarios indirectos.

          - Ha conseguido efectivamente asegurar a los perceptores una cierta seguridad material y una mejora de sus condiciones de vida.

          - Por el contrario, en cuanto a dispositivo de inserción ha suscitado una dinámica insuficiente en relación con las esperanzas que había despertado entre los beneficiarios.

          - El nuevo dispositivo no ha llegado principalmente a las poblaciones en las que se pensaba en un principio, es decir, a las que viven en el cuarto mundo y poblaciones marginadas. Afecta sobre todo a mujeres solas y jóvenes.

          - Las dificultades en el acceso al empleo y a la inserción socioeconómica son bastante insuperables y la lógica del mercado de trabajo determina que se reintegren por esta vía los que ya que están en mejores condiciones. La propia tendencia hace separar la dinámica de formación ocupacional y apoyo a la búsqueda de empleo a los sectores menos marginados seleccionando a los más "competitivos", y una dinámica sin perspectivas de integración socioeconómica, tímidamente asistencial y que mantiene la bolsa de la exclusión social.

          d) LOS LÍMITES EN LA LUCHA CONTRA LA EXCLUSIÓN:

          * En primer lugar hay que destacar las diferencias substanciales de las dimensiones del IMI (madrileño y en general de todas las comunidades autónomas), y del RMI francés. Desde esa comparación, los IMI tienen una función muy marginal para la lucha contra la pobreza y la marginación. En el caso español los IMI han afectado a unas 70.000 personas. No llega al 2% de la población pobre. Desde una perspectiva más unificadora de las prestaciones sociales (subsidios de desempleo) y pensiones (contributivas bajas y no contributivas), nos encontraríamos con un mecanismo algo más amplio de prestaciones económicas. Por tanto desde un punto de vista global es un instrumento muy limitado. Otra cosa es la experiencia directa que reporta, la ligazón con una serie de problemas, gente profesional y tipo de personas "imistas", etc. y todo el conjunto de problemas prácticos, de orientación, y teóricos que asoman desde esta actividad.

          La confusión se plantea cuando se presenta, de forma embellecida como instrumento fundamental para la lucha contra la pobreza y la exclusión, con una función de propaganda de las instituciones públicas y de excusa ante el agravamiento del empobrecimiento masivo de amplios sectores sociales.

          * Un segundo problema sustancial, al igual que en Francia son los límites cualitativos para su supuesta función  de integración social. Además de las advertencias planteadas antes sobre este concepto, se reconoce las dificultades para la inserción en el mercado de trabajo. La crisis y las condiciones económicas futuras no anuncian una mejoría de este aspecto. En este sentido hay que replantearse la tradicional orientación general de fondo de conseguir un empleo como instrumento de integración social. Se vuelca en este aspecto casi todo. La función sería mejorar las condiciones personales y profesionales en relación al mercado de trabajo. Con esa dinámica, como también se dice, se tiende a volcarse en los sectores más rentables a corto plazo en su incorporación al mercado de trabajo. Se desplaza la atención de la clásica asistencia social sin contrapartidas y guiada por las necesidades de cada sector y persona, para centrarse en el personal más rentable y competitivo para esta nueva función.

          * En tercer lugar hay que destacar, las restricciones presupuestarias para el gasto social y en particular para las prestaciones sociales y las pensiones. Citamos aquí solamente el aspecto de que las restricciones presupuestarias para las prestaciones sociales asistenciales se pretenden justificar haciendo hincapié en los esfuerzos personales, tanto de los profesionales de los servicios sociales como de las propias personas para los proyectos de integración con el argumento progresista de "mejor enseñar a pescar que dar peces". Igualmente en la otra faceta de la lucha contra el paro vinculadas al INEM se intentan ampliar algo los presupuestos de unos 65.000 millones para las llamadas políticas activas de empleo sobre todo a través de la formación ocupacional y el autoempleo, pero se reduce, como efecto del Decretazo del 92 y de la Contrarreforma Laboral, las prestaciones y subsidios por desempleo en cerca de medio billón con el mismo argumento de que lo importante es prepararse para un nuevo empleo, es decir aprender a pescar. Si comparamos esta disminución con lo que se dedica al salario social que supone unos 30.000 millones, nos encontramos con que su partida presupuestaria es una ridiculez.

          Por tanto se suele plantear, la contradicción entre la necesidad de una buena cobertura asistencial y económica por una parte y una dinámica de integración socioeconómica y de empleo, por otra, como excluyentes. Incluso, a veces, se extreman las críticas a la tradición asistencialista, por ejemplo de la Iglesia, o el quedarse solamente en las contribuciones económicas para priorizar los proyectos de integración y promoción de empleo, cuando hay grandes necesidades y deficiencias en ambos campos.  

          El asunto está, en que hay más de 8 millones de pobres, la mitad de ellos dependen de una pensión, pero cada vez más se da una pobreza entre la juventud que siguen esperando una mejoría socioeconómica. Por otro lado tenemos unos 4 millones de parados y más del 35% de personas con empleo están en precario, y todo ello sin expectativas de mejorar a través del trabajo. Por tanto, aunque en un sentido abstracto es importante ayudar a los procesos de integración social, a través de una participación personal más activa, hay que asegurar la asistencia social y las prestaciones económicas de forma independiente a los contratos de inserción laboral. A veces los contratos de inserción se convierten en una barrera, y la exigencia de "integrarse" es un pretexto para no responsabilizarse de una grave y amplia situación de pobreza. Por otra parte los programas de formación ocupacional, solo sirven, en su gran mayoría, para mantener a una gran bolsa de gente parada con una expectativa pero que para una gran mayoría suele acabar en nuevas frustraciones.

          * En cuarto lugar el empleo como elemento de integración social. El pleno empleo como objetivo social a conseguir, está subyacente en los planes de lucha contra la pobreza. Sin embargo el tipo de proceso económico actual en las sociedades occidentales, va a mantener una alta tasa de paro, y la dinámica neoliberal dominante va a agudizar la pobreza y el aumento de la desigualdad social. En las pasadas décadas los servicios sociales, la asistencia y la protección social se contemplaban como una faceta secundaria y complementaria al empleo como mecanismo central de integración socioeconómica. Al entrar en crisis el modelo de pleno empleo se acelera la crisis de estos mecanismos, pensados como subsidiarios pero que ahora deberían de cubrir a una cuarta parte de la población.

          * También conviene recordar las discusiones y debates sobre el reparto del trabajo. Sobre la base de considerar el empleo el elemento principal para la integración social, y admitiendo la dificultad para generar empleo se plantea el reparto de éste como elemento de redistribución e igualdad. Son muy interesantes algunos de los problemas puestos en cuestión con estos debates, en particular Gorz aunque a veces se caen en las mismas soluciones economicistas y por otra parte las tendencias dominantes no apunten por esa vía y los pasos dados son muy limitados.

          * Otra perspectiva global diferente es plantear la exigencia del Ingreso Social (Renta o Salario) Universal cuyo alcance más general ha dado Van Parijs. No es un asunto marginal, y afecta a casi un tercio de la población. Aunque no hay ni va a haber suficiente empleo, (por motivos económicos y ecológicos), en Occidente hay suficiente recursos económicos y productivos para garantizar unas rentas mínimas para cubrir las necesidades básicas de la población. Estamos hablando de un subsidio de carácter universal, atendiendo a las necesidades sociales, y dirigido a los sectores precarizados de la sociedad. Sería un salario unificador y generalizador de otros actuales como el subsidio de desempleo, las pensiones no contributivas o las propias rentas mínimas actuales. Es una cuestión de reforzar los derechos subjetivos. Es un debate surgido en estos años en Europa, y más allá de algunas pretensiones algo utópicas, puede enriquecer el debate de ideas sobre los nuevos mecanismos de redistribución social de la riqueza.     

          * Otro de los problemas importantes es las características y problemas de los propios trabajadores y trabajadoras sociales, sociólogos y personal técnico en este campo, ya aludidas anteriormente. La función de la llamada "socio-burocracia" en la política social es fundamental, por lo que la crisis institucional, financiera y de orientación, de ésta, les afecta directamente. A diferencia de EEUU, en que desde la época de Mary Richmond ha predominando el trabajo de organizaciones no gubernamentales, en Europa las políticas sociales, salvo la parte realizada por la Iglesia, han estado muy institucionalizadas y dependientes del Estado.

          Así con los IMI y los servicios sociales, y la asistencia social en general nos desplazamos al trabajo pagado y desde las instituciones. Hay un problema de mejorar las propias condiciones laborales de estos profesionales que con la crisis también se ven afectados en sus condiciones materiales, profesionales y de estatus. Pero por otro lado está el trabajo voluntario de algunos de ellos y en general los límites del voluntariado en este campo, dada el poco dinamismo actual y la necesidad de ciertos conocimientos especializados.

          De forma crítica podemos mencionar algunas dinámicas negativas entre los profesionales más institucionalizados analizadas por algunos estudios de investigación. En esta "socio-burocracia" con su poder institucional o económico (de decidir sobre una prestación, un contrato de inserción, o un plan de formación profesional), suele aparecer, a veces, un problema de desigualdad con la gente necesitada, una inercia burocrática y prepotente, desprecio por el trabajo colectivo, o la prevención o falta generación de iniciativas o dinámicas asociativas fuera de su control.

          * La orientación del trabajo social, en el marco de este E.B. en retroceso, debería de ir por otro camino. Hay que ayudar a la gente a que mejoren sus condiciones sociales. Pero también a generar experiencia asociativa y conciencia social, forjar lazos más solidarios con estos sectores sociales, unas relaciones sociales menos competitivas. A estimular la participación y apoyo entre la gente empobrecida, favoreciendo la experiencia comunitaria. Estamos pues ante la perspectiva de generar una nueva sociabilidad, una nueva vertebración social, una integración en una dinámica social diferente y alternativa. Es una situación de tensión y de cierto conflicto permanente, de integración y al mismo tiempo de ampliación de la participación y del desarrollo del espíritu crítico. Por tanto hay que resistir a las tendencias uniformizadoras y normalizadoras, generando unas nuevas relaciones sociales, un nuevo tipo de personas, con un nuevo enfoque del bienestar social. En definitiva es una perspectiva de ampliación del bienestar social y de profundización en la participación democrática, de fortalecer la sociabilidad de esta sociedad individualizada.

4) CONCLUSIONES SOBRE LA CRISIS DEL ESTADO DE BIENESTAR

          a) ALGUNAS CARACTERÍSTICAS DEL E. B.

          * En primer lugar el contexto de la política económica y la convergencia europea. Los acuerdos de Maastrich y el proyecto de construcción de la Unidad Europea, están inscritos en una dinámica de competitividad, de desregulación de la economía y de reducción del gasto social, mientras se produce un espectacular crecimiento del dualismo social. A pesar de toda la propaganda sobre la creación del empleo o la supuesta preocupación por la disgregación social, lo cierto es que la perspectiva inmediata abunda hacia el aumento de la competencia internacional, el avance del desmantelamiento de parcelas del E. B., a la quiebra de la solidaridad interna entre las diferentes capas sociales y de la cohesión de las sociedades europeas. Aunque la unión monetaria vaya para adelante no parece que suponga grandes avances sociales para amplias capas de la población europea.

          Por otra parte, se generalizan el empobrecimiento del SUR, los conflictos nacionales y étnicos y los desequilibrios ecológicos. También se refuerza el autoritarismo y fenómenos como el racismo y la xenofobia. Igualmente, se fortalece el papel subordinado de las mujeres, haciendo recaer sobre la familia la responsabilidad de frenar las consecuencias del deterioro económico y la desvertebración social, al mismo tiempo que se feminiza la pobreza.

          * En segundo lugar su evolución histórica. El comienzo de la crisis del E. B. se remonta a los años 70, se amplía en los 80, y ahora en los 90 lejos de atenuarse, se acentúa. Los rasgos más visibles son el aumento del paro  y el mantenimiento de un alto volumen de desempleo, el alto crecimiento del empleo precario, el recorte o estancamiento del gasto social y de las prestaciones y derechos sociales. Todo ello supone un aumento sustancial de la desigualdad social, de la segmentación y dualización social, del aumento de amplias bolsas de pobreza y nuevas dinámicas de marginación y exclusión social.

          * En tercer lugar los objetivos principales. El E.B., como proceso de reformas sociales y económicas, es una respuesta a la grave crisis europea de los años 30, seguida por la IIª Guerra mundial y la consolidación del "socialismo real" en el Este. Buscaba unos objetivos: hacer a la economía capitalista más productiva y armoniosa, asegurar la estabilidad y la cohesión social y fortalecer el sentimiento de solidaridad y de comunidad nacional. Todo ello con un amplio consenso político y con un alto grado de legitimación social del sistema.

          * En cuarto lugar hay que señalar los dos componentes económico y social. El componente principal del E. B. es el económico, regido por las políticas keynesianas de mayor intervencionismo público, para asegurar un crecimiento económico estable y mantener el objetivo de pleno empleo. El componente social, está subordinado al anterior.

          Se trataría de dar cobertura universal a la población de una serie de prestaciones (sanidad, educación, pensiones, servicios sociales,...), extendiendo el derecho a la ciudadanía social y proporcionando cierto bienestar social especialmente en las sociedades europeas. En el E. B. se aumentaron el poder adquisitivo y las mejoras económicas y sociales y, por otro lado, no ha habido un significativa disminución de la desigualdad social o de la redistribución de la renta que se consideran dos grandes logros. Es decir, ha habido una redistribución horizontal dentro de las clases trabajadoras, y no una redistribución vertical con las otras clases sociales.

          b) ALGUNAS CAUSAS DE LA CRISIS.

          Paralelamente a la crisis económica mundial de mediados de los años setenta, y como su expresión más significativa, aparece la crisis del E.B. Las bases del crecimiento económico con casi pleno empleo se rompen, así como el relativo consenso político y social. Esta pérdida de legitimidad se acentúa ante la pérdida de confianza de la capacidad de intervención del Estado y de las políticas sociales, de la constatación de la persistencia de grandes desigualdades sociales y de la pérdida de ilusiones en el "socialismo del bienestar" y el hundimiento del "socialismo real". Las políticas neoliberales sustituyen a las keynesianas y se refuerza la nueva ideología neoliberal de subordinarlo  todo a la economía, regida por la mano invisible del mercado.

          La crisis del E.B. se refuerza también con una serie de dinámicas económicas internacionales (competencia cada vez más fuerte, creciente inestabilidad de las relaciones económicas y monetarias, estancamiento del mercado mundial...) que mantienen a la economía, básicamente, en el estancamiento, aunque se sucedan pequeñas recesiones y recuperaciones. Incluso una relativa recuperación económica no repercutiría en un aumento sustancial del empleo, dadas las profundas transformaciones productivas y tecnológicas.

          Todo ello hace que las políticas económicas se trasladen a la economía de oferta, es decir, a la mejora de la competitividad en el mercado internacional, y por otra parte, que se consoliden la contención o reducción de los gastos laborales y sociales. No valen las recetas keynesianas de unas políticas expansivas inexistentes, o de un crecimiento con empleo. Por tanto, las bases en que se construyeron en Europa los E. B. han cambiado profundamente. Estamos en presencia de grandes transformaciones políticas, económicas y sociales a las que hay que hacer frente con otras perspectivas y con la posibilidad de que se configuren otros actores sociales en un contexto diferente al de estos últimos 50 años.       

          c) SOCIEDAD CIVIL Y ESTADO.

          Llevamos ya unos veinte años de la llamada crisis del E. B. y muchas fuerzas económicas y políticas han ido renovando su discurso neoliberal: "Es necesario menos estado y más sociedad civil". No cabe duda que el actual estado ha sido presa de dinámicas despilfarradoras, ineficiencias e incluso corrupción. Todos estos elementos han sido utilizados para desprestigiar al E. B. por las fuerzas de derecha y los grandes poderes económicos. Igualmente aparece un discurso neoliberal de fortalecer la sociedad civil, que normalmente se centra en ampliar la libertad de las fuerzas económicas más poderosas para ampliar su libertad de acción. Es la exigencia del máximo de libertad para las fuerzas del mercado que no deben ser reguladas por los poderes políticos, es decir por el Estado.

          En la tradición de la izquierda, tanto socialdemócrata como comunista, ha predominado las concepciones estatalistas, de apoyarse en la política y en el Estado para influir en la economía y en la sociedad. Pero esquematizando, a veces parece una confrontación entre Smith, para dejar hacer a la "mano invisible del mercado", y Hobbes, de garantizar un fuerte Leviatán, un fuerte Estado frente a la sociedad civil que tiende al caos. Este debate, en términos económicos, se plantea en torno a la defensa de lo privado frente a lo público y, en términos de filosofía política, entre la libertad individual y la identidad colectiva del ser humano.

          El futuro del bienestar social no puede venir del liberalismo económico, y menos de las fuerzas del mercado. Sin embargo, el Estado actual y la política también dejar traslucir muchas grietas. Estamos en este fin de siglo en una encrucijada donde es necesario un nuevo impulso de reflexión crítica de un nuevo replanteamiento de los elementos clave que han servido para definir las relaciones sociales y el papel del Estado en el siglo XX. Hay que defender las funciones sociales del Estado de bienestar y, al mismo tiempo, abrir otra dinámica que es la de potenciar la sociedad civil revisando el papel del propio Estado.

          En la tradición liberal de potenciar la sociedad civil se expresaba la emergente burguesía frente al Estado del Antiguo Régimen. Tenía un contenido fundamentalmente económico, como en Locke, con la prioridad de la defensa de la propiedad privada, frente a la arbitrariedad de un Estado no sujeto a derecho. Pero si hablamos desde el punto de vista de la población trabajadora, y estamos siguiendo una concepción amplia de clase obrera, ésta no puede basarse en la defensa de una economía frente a las instituciones reaccionarias como hizo la burguesía en los siglos XVII y XVIII, sino que debe basarse en su propia capacidad como fuerza social, no como fuerza económica, y enfrentarse al poder económico, transformando la política y el Estado.

          Por tanto, no valen ya las viejas formulaciones de la misión histórica del proletariado, inscritas en su propia esencia, y que culmina en su propio Estado socialista, ante la evidencia histórica de su fracaso que ha provocado la confusión y perplejidad actual. Pero tampoco se puede proclamar su muerte, sin más. Se nos plantea la problemática de cómo se pueden constituir unos nuevos sujetos sociales en este fin de siglo, nuevas fuerzas sociales transformadoras.

          Estamos ante uno de los grandes retos del futuro, la renovación de unas relaciones entre sociedad y Estado, que han configurado las sociedades modernas en estos últimos siglos. Las alternativas están entre impulsar una mayor capacidad asociativa y comunitaria, o bien, en dejarse llevar por las tradiciones más estatalistas, de delegación en el propio Estado, o liberales, de confiar en el mercado. Se trata de tener una sociedad civil, una sociabilidad fuerte donde el aspecto principal es la propia sociedad, su propia vertebración social y su participación democrática, para influir en la economía y en la política. 

          Aumentar la propia democratización del Estado, su mayor descentralización y la posibilidad de mayor participación democrática supone plantear, al mismo tiempo, un Estado de bienestar más vigoroso en sus funciones sociales, pero no como aparato burocrático. No obstante, las grietas producidas por el retroceso de su papel acentúan las necesidades de tener que resolver la propia sociedad múltiples aspectos de asistencia y apoyo social que va dejando el propio Estado. Así, aparecen nuevos tipos de organizaciones como la ONG, nuevos papeles del voluntariado social y, por otro lado, nuevos impulsos al tradicional papel asistencial de la Iglesia y, sobre todo, un nuevo replanteamiento del papel de la familia.

          La familia, como institución central en los siglos anteriores en la reproducción de la fuerza de trabajo y en su papel de protección social, había modificado algo estas funciones al aumentar el papel del Estado. Ahora, nuevamente, se plantea una nueva reestructuración de sus relaciones, ampliando sus funciones y generando nuevas contradicciones con el papel de la mujer, tradicionalmente subordinado. Durante estas décadas las mujeres habían conseguido incorporarse en gran medida al mercado de trabajo y a la actividad social y política pública, y ahora nuevamente se plantea su vuelta a casa para cumplir esa tradicional misión de ser el elemento fundamental en la reproducción y protección social.

          El futuro, sin embargo, no aparece muy optimista. La crisis ideológica y la segmentación social debilitan la capacidad de transformación y resistencia social de las fuerzas de izquierda, del sindicalismo y de los movimientos sociales y populares. La crisis cultural y moral que se padece en occidente dificulta y, al mismo tiempo, estimula una renovación del pensamiento y de nuevos valores sociales. Por otra parte, esta situación económica y social pone de manifiesto, de forma más clara, las miserias y lacras del capitalismo, su pérdida de legitimidad entre amplios sectores sociales y facilita la necesaria crítica al mismo. Las perspectivas de sostenimiento el E. B. tal como ha sido conocido son muy difíciles.

          Como dicen Mishra y Albert, las tendencias neoliberales son muy importantes y algunos sectores socialdemócratas también participan del progresivo recorte del E. B. El retroceso de las fuerzas progresistas y de izquierda, de la capacidad de movilización del movimiento sindical parece imparable a corto plazo. El futuro  también aparece con la probabilidad de una mayor división y disgregación de las clases trabajadoras y un retroceso de las organizaciones sindicales y movimientos populares levantadas en torno a ellas.

          Tampoco parece que estén en ascenso los nuevos movimientos sociales (pacifistas, ecologistas y feministas) surgidos tras el mayo francés y que han tenido un especial protagonismos en los años ochenta.

          El aumento de la pobreza y la marginación puede facilitar la aparición de nuevos factores de descontento y malestar, de nuevas energías y explosiones sociales pero, a corto plazo, parece difícil la constitución de nuevos sujetos sociales activos y organizados desde los sectores en paro o precarizados. Las teorías sobre la aparición de un nuevo sujeto a partir del lumpemproletariado, o de los sectores marginados, de momento no parecen que tengan éxito.

          Sin embargo, la acción contra la pobreza y la desigualdad, la búsqueda del bienestar social seguirá siendo un imperativo ético para los sectores más críticos y solidarios de la sociedad. En este sentido el actual E. B., a pesar de su crisis y debilitamiento todavía tiene una función que cumplir. Al mismo tiempo, permanece el reto de una profundización crítica sobre el conjunto de las relaciones económicas y sociales, sobre la configuración de un nuevo modelo de Estado y sociedad. Solo así podrá avanzar en una de las tradiciones de los movimientos progresistas desde la Revolución Francesa, como es la lucha por la igualdad social y renovarla para este nuevo siglo XXI.                                                                                              

BIBLIOGRAFÍA

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Wright, E. O. (1983): Clase, crisis y estado. Siglo XXI.

[1] Texto completo del informe base. Una versión de la tercera parte y otra de la cuarta parte de este trabajo se presentaron como Comunicaciones al Simposio de CÁRITAS ‘Políticas sociales contra la exclusión social’ de mayo de 1997, publicándose dentro del DOSSIER del Simposio, en Julio de ese año, junto con el resto de Ponencias.

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